Sin risas en las calles. Sin tiempo para ver como un niño deshoja una margarita ¿qué nos depara el futuro?
En el siglo XXIII que dibujo en 11,4 sueños luz y Lágrimas negras de Brin la mayoría de las personas ya ni siquiera intentan tener relaciones a largo plazo, pero aún así buscan algún tipo de vínculo. No hablo de una necesidad sexual, que gracias a la tecnología es fácil cubrir, hablo de una necesidad humana de compartir, de encontrar alguien en quien confiar, en quien apoyarse. El futuro que nos espera a la vuelta de la esquina es un mundo de competencia extrema, un futuro ultraliberal en el que todo ser viviente tiene que demostrar que merece existir. Debe luchar sin descanso para conservar esa individualidad que antes se llamaba alma y que en el siglo XXIII tiene un identificador de 22 dígitos hexadecimales.
En ese escenario, ¿cómo serán las relaciones humanas en el futuro?
Los años de rupturas sociales del siglo XX solo fueron el comienzo. La caída de las religiones dejó a la humanidad sin un esquema, sin unas reglas para vivir la vida. Los diferentes experimentos por reemplazar las grandes estructuras que había llevado al hombre hasta allí, terminaron en guerras, regímenes totalitarios y devinieron en un individualismo que superó con creces el narcisismo ególatra del hedonismo de finales del siglo XX. La tecnología ahogará el nihilismo hasta fabricar una sopa de egos anónimos que demandarán más y más, sin siquiera nombre, rostro u ojos.
La natalidad caerá dramáticamente en los países del primer mundo, y aunque se sostendrá artificialmente por todo tipo de subsidios, la élite cada vez se estrechará más y más. Las diferencias entre las familias se harán cada vez más acusadas, sobre todo por las diferencias abismales en la calidad educativa desde la infancia. Criar un hijo cada vez se hará más difícil, y para poder hacerlo con éxito, será necesario que las parejas persistan a lo largo del tiempo. Todo un laberinto de pruebas mortales para las ratas blancas en que se habrán de convertir la mayoría de los habitantes de las grandes urbes. No se tratará únicamente del dinero, sino de la estabilidad, protección y visión que proporciona éste. Un complicadísimo puzzle que asegurará el éxito al llegar a la meta.
Un puzzle más complejo aún gracias a la realidad virtual, donde la propia existencia se podrá transformar al antojo del usuario. Cada individuo podrá cambiar su aspecto externo para transformarse en quien quiera, lo mismo que su pareja, copiando las facciones de decenas de miles de modelos, según su poder adquisitivo. Los modelos más cotizados, serán los mas caros de copiar y no existirá un rostro único, todos se podrán modelar. Hacerlo en la realidad virtual resultará mucho más barato, pero en el mundo real, también será posible gracias a la cirugía moderna, robotizada y al alcance de casi todos.
En el futuro, el amor habrá disociado definitivamente del plano físico. Cada noche se podrá yacer con un cuerpo diferente. Incluso con un acento diferente, un olor extraño. Parejas que intercambiarán sus cuerpos y que descubrirán una nueva forma de amar, más allá de lo físico. No obstante, será difícil encontrar un compromiso a largo plazo con una persona que no se es capaz de reconocer al día siguiente.
Algunos románticos creerán en el destino, y practicarán juegos virtuales donde las parejas ocasionales se vuelvan a encontrar a pesar de cambiar de aspecto y no reconocerse al principio. Sin embargo, después de un tiempo, e independientemente de su nombre, aspecto o incluso sexo, se volverán a reconocer gracias a su atracción inexplicable. ¿Será eso amor?, difícil decirlo si tras años de literatura, dolor y muerte todavía no lo tenemos claro.
¿Como reconocer al amor de tu vida si no es por el físico?, ¿lo es por la conversación?, ¿por un proyecto de vida en común?, ¿por unos mismos ideales?
Parejas en mundos virtuales que no se conocen en el mundo real. Parejas reales que comparten custodia de niños robot, y niños de alquiler por horas para poder sentir la experiencia real de la paternidad. ¿Es eso lo que nos espera en un mundo donde la vida es tan difícil que es imposible lograr una pareja de larga duración?, ¿familias extensas que comparten gastos de vida y que van incorporando a la relación contractual diferentes personas a lo largo del tiempo? ¿Es esa la familia que nos depara el siglo XXIII?
Un mundo que exige escoger entre un futuro profesional o una vida personal.
Nadie morirá de hambre en el siglo XXIII, ya que la renta básica permitirá subsistir cómodamente a aquellos que han decidido no luchar. Serán legión en el piso cero, y los llaman mugrosos, pero son los únicos que disponen de tiempo para soñar. Aunque desde ahi abajo… no podrán ni siquiera ver la luz del sol o sentir la brisa en su rostro. Los desposeídos del futuro, podrán soñar, pero sin esperanza.
Compra. Consume. Trabaja. Busca. Compra. Consume. Trabaja. Busca. Compra. Consume. Trabaja. Busca. Compra. Consume. Trabaja. Busca. Compra. Consume. Trabaja. Busca. Compra. Consume. Trabaja. Busca…
¿De veras creéis todavía que el ciberpunk está lejos?.
Tres historias de amor en tres mundos diferentes
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El comienzo del siglo XXIII no puede ser más desolador y a la vez más fascinante. Un ser sin alma aprende el valor de la vida en un mundo que no existe, mientras los viejos túneles de la ciudad de Róterdam alumbran el despertar adolescente de una joven terrorista que cambiará el mundo. En París, un director de arte de fama mundial, conoce a la que será la mujer que le hará abandonar todo por amor, embarcándose en un viaje sin retorno, en una nave donde una nueva sociedad luchará por no caer en los viejos errores del pasado. |
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Jimmy Olano
Cien por ciento distópico. Desolador. Y cada vez, comparando con los sucesos acaecidos en el mundo, más cerca. Tal vez sea eso lo que me atraiga del ciberpunk: su capacidad de predecir el futuro. Las corporaciones multinacionales ya, de facto, gobiernan el planeta y nos dictan sus maneras de nacer, poblar, sentir y hasta el dejar este plano físico. Si solo los humanos pudiéramos hibernar, llenar hasta ese hito que demarca la muerte para luego despertar en diez, o incluso cien años, nada más que para ver que ha sucedido con la humanidad. La única esperanza son las naves generacionales con naves biológicas auto reparables. Quiero creer que hay futuro.
Avedon
Yo diría que el futuro está en el interior de nosotros, mas que lo que podamos elaborar. Allí donde haya humanidad, habrá esperanza. Lo chungo es pensar que no saldremos nunca de “este agujero” en el que vamos a convertir el planeta.