
Mucho antes de que existiera el ciberpunk, Mary Shelley escribió una novela gótica que cambió la historia de la ciencia ficción: Frankenstein o el moderno Prometeo. No es un libro de monstruos, ni de sustos, ni siquiera de terror, aunque haya sido adoptado por todos esos géneros. Es, sobre todo, una exploración brutal sobre la soledad, la responsabilidad del conocimiento y el precio de jugar a ser dios. Hoy, dos siglos después, sigue siendo incómodamente actual.
Escrita a principios del siglo XIX por una adolescente inglesa, Mary Wollstonecraft Shelley. Mary Shelley era la esposa de un escritor amigo de Lord Byron, Percy Shelley. El cuento nació como un juego literario entre un grupo de amigos que se propusieron escribir cada uno una historia. El texto inicial de Frankenstein fue tomando forma y, gracias a la ayuda de su marido, Mary Shelley publicó la novela, una novela que marcaría la historia en varios aspectos.
Lo que más me perturbó al releer Frankenstein no fue la criatura, sino su creador. Víctor Frankenstein es arrogante, impulsivo y cobarde. Huye de lo que ha creado como un niño que rompe un jarrón y se esconde bajo la mesa. Mary Shelley no escribió sobre un monstruo: escribió sobre un hombre incapaz de asumir las consecuencias de sus actos. En pleno siglo XXI, rodeados de avances en inteligencia artificial, bioingeniería y algoritmos que no entendemos, cuesta no ver en Víctor un reflejo incómodo.
Sé que esta no será la primera reseña de Frankenstein, ni la última. Pero eso no le resta valor. Esta novela, con un estilo narrativo muy alejado de lo que se publica hoy, sigue transmitiendo con fuerza el mensaje que Mary Shelley grabó a fuego en cada página. Como los grandes clásicos del cine de ciencia ficción —Blade Runner entre ellos—, su poder no está en las respuestas que da, sino en las preguntas que deja flotando en la mente del lector.

Este libro habla de muchas cosas que hoy pasan desapercibidas. Es curioso leer cómo los científicos de hace dos siglos cargaban contra filósofos de hace mil años. El paso del tiempo se vuelve casi irónico si lo leemos con mentalidad actual: las preguntas siguen siendo las mismas, igual de válidas, pero ahora son los antiguos “sabios” quienes están bajo la lupa. ¿Y si nuestras verdades actuales también caducan? ¿Deberíamos replantearnos nuestras sólidas certezas?
Los protagonistas narran el avance de la ciencia y, al mismo tiempo, la miopía del ser humano frente a sus propios sueños. Cuesta creer que una chica tan joven —y tan idealista— sentara con inocencia las bases de lo que hoy llamamos ciencia ficción. Ni siquiera podía imaginar que aquel nombre que inventó, Frankenstein, acabaría siendo sinónimo del miedo a nuestras propias creaciones. Se han escrito decenas de ensayos intentando descifrar lo que ella solo esbozó, y en muchos de ellos se evita —o se fracasa— al abordar el verdadero dilema: la ética de crear vida. Porque eso es lo que este libro plantea, sin adornos: la responsabilidad de todo acto de creación.
La historia nos la sabemos todos, aunque sea en forma de cliché: un filósofo convertido en científico obsesivo crea vida artificial y desata una tragedia. El corazón de Frankenstein —la relación entre el monstruo y su creador— ha sido reducido a una caricatura cultural tras siglos de versiones simplificadas. Pero el texto original es otra cosa. Es una reflexión incómoda sobre lo que significa ser humano, sobre el mal, los límites de la ambición, el deseo de felicidad… incluso sobre el alma. Y ahí está su fuerza: no en el miedo, sino en la duda.
Para ser una novela escrita hace casi dos siglos, se lee sorprendentemente bien. Su magia no está en una prosa florida ni en una trama enrevesada. Todo es simple, directo, incluso elegante. Puede que sus personajes resulten ingenuos o planos a ojos de un lector moderno, y su estructura epistolar huela a otra época. Pero eso no impide que uno siga enganchado, incluso en los tramos más lentos. Frankenstein sigue teniendo algo que muchas novelas contemporáneas han perdido: una idea potente, incómoda y clara.
Como colofón, me quedo con unas palabras de Víctor Frankenstein (citadas con cierta libertad): “La ciencia actual ha dejado de hacerse preguntas esenciales. Ha renunciado a las metas imposibles para centrarse en objetivos más pequeños, más alcanzables, olvidando cómo se sueña.” Han pasado doscientos años y, tal vez, lo único que hemos aprendido es a poner nombre a nuestros monstruos. Pero seguimos sin entender del todo lo que significa crearlos.
Si esta historia te ha dejado pensando en los límites de la creación humana, te invito a conocer a Andelain, uno de los personajes más inquietantes de Lágrimas negras de Brin. También ella fue diseñada con un propósito que se le escapó de las manos a sus creadores. ¿Qué pasa cuando el experimento cobra conciencia? ¿Qué precio tiene jugar a ser dioses en un mundo dominado por la inteligencia artificial? La respuesta está más cerca de lo que imaginas.
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¿Qué queda de humano cuando todo lo demás es artificial?![]() |
El siglo XXIII comienza sin héroes. Solo quedan escombros, cuerpos conectados a máquinas… y sueños que ya no pertenecen a nadie. En las profundidades de Róterdam, una adolescente marcada por el odio descubre que su rabia puede despertar algo más que destrucción. En París, un director de arte de fama mundial encuentra a la única mujer capaz de hacerle abandonar todo. Incluso la Tierra. Entre millones de líneas de código, en un mundo virtual que no le pertenece, una IA sin rostro comienza a preguntarse qué es sentir. En un mundo que ha olvidado el pasado y teme al futuro, tres destinos entrelazados decidirán si merece la pena volver a sentir. Porque tal vez la revolución no empiece con una bomba… sino con una emoción. Una novela de ciencia ficción sobre lo que todavía nos hace humanos. |
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Jimmy Olano
Haciendo un ejercicio de imaginación:
¿qué pensaría Mary Wollstonecraft Shelley acerca de las semillas trasngénicas?
Aberrantes, son semillas que producen plantas con semillas que no se pueden reproducir pero lo atormentante es que empresas como Monsanto demanden a los agricultores que NO compran esas semillas modificadas y que por accidente las abejas que traen polen transgénico le inyectan a las plantas sanas, pobres agricultores terminan en tribunales aplastados por esa corporación ¿QUÉ PENSARÍA ELLA?
Los cuestionamientos no solo siguen vigentes, hasta nos planteamos más nuevas preguntas. Si me preguntan (que nadie lo está haciendo) estamos jugando a ser Dios, precisamente el eje de la trama del libro «Frankenstein».
Avedon
Creo que hay diferencias. Curiosamente uno de los primeros ensayos que escribí hablaba del tema trasgénicos :) Es un tema muy ciberpunk porque no habla de la ética individual, como Frankenstein, que en el fondo habla de la responsabilidad del creador para con su criatura, de lo peligroso del espíritu curioso sin responsabilidad. Las grandes compañías como Monsanto, que están detrás de ese tipo de problemas con los trasgénicos no es que no tengan responsabilidad ética (que la limitan a lo que marca la ley) sino que su único motor es el beneficio económico a corto plazo, desde el punto de vista de una multinacional, es un tema muy ciberpunk porque es el máximo poder del capitalismo (la mega-empresa) contra el futuro de la humanidad, y en medio, el individuo (agricultor) que pasaba por ahí y es aniquilada su forma de vida.
Lo de jugar a ser dios con los trasgénicos es el típico argumento de distopia biopunk donde se les fue la mano con la tecnologia terminator y han arrasado el planeta con la mierda del trigo que no se reproduce y se carga a la competencia :-D Pero vamos, con temas biológicos siempre es lo mismo, un potencial error en el proceso la puede liar parda. Miedo da si.
Jimmy Olano
¡Como en la película «Parque Jurásico»! Recuerdo que supuestamente todas eran hembras proque eran más dóciles y además del mismo sexo no se podían reproducir, je je je.