Electric Dreams: un intento muy fallido de recrear a Philip K. Dick

Conocí a Philip K. Dick a los quince años. Me prestaron Ubik. Me voló la cabeza. Fue mi puerta de entrada a otra forma de entender la realidad. Durante años lo leí con obsesión: ese estilo torpe y brillante a la vez, esas ideas que te dejaban en el aire. Dick no escribía sobre el futuro: escribía sobre cómo se desmorona el presente.

Hoy lo miro con otros ojos. Ya no lo leo como antes, pero sé muy bien lo que me enseñó.

Por eso Electric Dreams, la serie inspirada en sus cuentos, me dejó una sensación amarga. No porque adapte mal sus textos, sino porque no capta lo esencial. Y con Dick, eso lo es todo.

Adaptar a Dick no es fácil. Porque Dick no es solo argumento: es paranoia, ambigüedad moral, capas de realidad que se resquebrajan. Es una experiencia más que una historia. Por eso, cuando Electric Dreams intenta convertir sus relatos en televisión de consumo, algo esencial se pierde.

“The Hood Maker”: La forma sin la fractura

Este episodio, basado en un relato sobre telépatas en una sociedad opresiva, es un buen ejemplo de lo que no funciona. Visualmente impecable, con atmósfera retrofuturista bien ejecutada… pero sin alma. El relato original planteaba una paranoia política y personal. En la serie, todo se reduce a una historia de pareja con estética de serie noir. Es Dick reducido a superficie.

“Human Is”: Un acierto parcial que se ahoga en melodrama

Aquí hay una idea interesante: ¿qué pasa cuando un marido abusivo regresa del espacio convertido en alguien… mejor? Dick lo contaba con frialdad quirúrgica. La serie lo convierte en una fábula emocional, edulcorada. Buenas intenciones, pero desactiva la incomodidad que el texto original sugería: ¿y si la humanidad no se mide por la biología, sino por la conducta?

“Autofac”: Cuando la serie se confunde de autor

Autofac es el mejor ejemplo de un malentendido total. Una idea brillante sobre sistemas automatizados que siguen funcionando tras el colapso humano, convertida en otro episodio más de rebelión juvenil distópica. Estéticamente parece Black Mirror con menos presupuesto. Y en el fondo, no queda nada de Dick. Solo el nombre.

Lo más doloroso de Electric Dreams no es que falle como serie. Es que usa el nombre de Dick como reclamo, pero lo vacía de todo contenido. No se atreve a ir donde él fue: a lo incómodo, lo contradictorio, lo espiritual. A la enfermedad mental, a la religión como alucinación, a los personajes que dudan incluso de si son personas.

Dick no escribía para entretener. Escribía para sobrevivir. Y eso no cabe en 50 minutos con iluminación de catálogo.

Philip K. Dick: autor, mito y alucinación

Nacido en 1928 en EE. UU., Dick publicó 44 novelas y 121 relatos cortos. Su gran salto fue El hombre en el castillo (1962), que también ha sido adaptado a serie. Murió joven, a los 53 años, dejando un legado imposible de ignorar. Es un autor que se ama o se odia, sin término medio.

Con fama injusta de drogadicto, tocó temas como la teología, las mega-corporaciones, el control social, la percepción alterada… y sí, también las drogas. Por eso muchos lo señalan como precursor del ciberpunk, aunque —desde mi punto de vista— Dick es ajeno al movimiento: murió justo cuando William Gibson empezaba a darle forma.

Sus novelas son —como decimos aquí— una puta ida de olla. Y sus cuentos, aún más. Nunca olvidaré cómo VALIS me habló directamente a los 18 años. No con frases metafísicas, sino rompiendo la cuarta pared como un susurro. Fue lo más parecido a una alucinación literaria que he vivido. Dick tenía esa habilidad: hacerte dudar de la realidad sin despeinarse.

Quizás por eso hay más de una docena de películas basadas en su obra. Algunas las conoces. Otras, puede que no:

  • Blade Runner
  • Minority Report
  • Total Recall
  • A Scanner Darkly
  • Impostor
  • The Adjustment Bureau
  • Next, Paycheck, Radio Free Albemuth
  • Y varias más, desde Screamers hasta los cortos Nexus Dawn y Nowhere to Run

Electric Dreams fracasa no porque adapte mal los relatos, sino porque adapta bien lo equivocado. Pone el foco en la estética, en el giro de guion, en la distopía con filtro de Instagram. Pero Dick no escribía sobre el futuro, sino sobre el vértigo de vivir en un presente que no entiendes del todo. Sus mejores cuentos no ofrecen respuestas. Solo preguntas que te incomodan durante días.

Adaptar a Dick debería doler. Debería dejarte con la sensación de que algo se ha roto en tu forma de ver el mundo. Y eso no se logra con guiones redondos ni producción cuidada. Hace falta otra cosa. Hace falta atreverse.

Tal vez por eso, más que adaptar a Philip K. Dick, la mejor manera de honrarlo es escribir nuevas historias que hagan lo que él hacía: sacudirte el suelo bajo los pies.

Lágrimas negras de Brin no es una adaptación, pero sí es un intento de seguir haciéndonos preguntas incómodas sobre la identidad, la memoria y lo que significa ser humano cuando todo empieza a parecer artificial.

Si Philip K. Dick te marcó alguna vez, esta historia es para ti.

 

¿Qué queda de humano cuando todo lo demás es artificial?

El siglo XXIII comienza sin héroes. Solo quedan escombros, cuerpos conectados a máquinas… y sueños que ya no pertenecen a nadie.

En las profundidades de Róterdam, una adolescente marcada por el odio descubre que su rabia puede despertar algo más que destrucción.

En París, un director de arte de fama mundial encuentra a la única mujer capaz de hacerle abandonar todo. Incluso la Tierra.

Entre millones de líneas de código, en un mundo virtual que no le pertenece, una IA sin rostro comienza a preguntarse qué es sentir.

En un mundo que ha olvidado el pasado y teme al futuro, tres destinos entrelazados decidirán si merece la pena volver a sentir.

Porque tal vez la revolución no empiece con una bomba… sino con una emoción.

Lágrimas negras de Brin 

Una novela de ciencia ficción sobre lo que todavía nos hace humanos.

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1 Comment

  • 8 años agoReply

    Pues vaya que neonazis fascistas con la bandera de los eeu como esvástica… EL CHISTE ES QUE LA HISTORIA SEA DIFERENTE DE LA REALIDAD, para poder escapar de ella por un tiempo. Digo.

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