Están conectados, solo que no contigo

El otro día cenaba con unos amigos de mi quinta, nacidos a mediados de los 70. En el mismo restaurante había un grupo de cuatro chavales que llamaron la atención. Parecían la viva imagen de eso que algunos llaman “generación WhatsApp”. Les hice una foto a traición, aprovechando que estaban a lo suyo y ni nos miraban, mientras nosotros —con la euforia de las copas— hablábamos a gritos y nos reíamos como se hace en esas cenas de reencuentro.

generacion whatsapp

Estamos ya muy acostumbrados a esa escena: chavales con el móvil en la mano, absortos, como si estuvieran en otro mundo. Y claro, aparece el típico comentario: que ya no juegan al balón, ni hablan entre ellos, ni hacen botellón como los de antes. La conversación se va calentando: que si la natalidad, que si las redes, que si “el hijo de tal no sale de casa”. Intenta explicar qué es Twitch o los e-sports, y alguien soltará que “eso se pasará”.

Spoiler: no se va a pasar.

Lo cierto es que los chavales de la generación WhatsApp —o generación Z, si preferimos ser más técnicos— leen (y escriben) más que la nuestra. Y si no lo crees, échale un ojo al último informe PIRLS. Mi generación devoraba televisión sin poder elegir mucho: había lo que había. Las conversaciones eran con compañeros de clase, familia y, si tenías suerte, en tus actividades extraescolares. El “barrio” era una especie de red social rudimentaria: salías a la calle a jugar al balón o a tirarte piedras con los del portal de al lado. Y si te sentías aventurero, te escapabas a las recreativas del barrio vecino a fundirte la paga. Gran plan. También estaban las fiestas del pueblo (sí, que soy medio riojano), los campamentos y, por supuesto, las vecinitas. Ahí aprendías a relacionarte. A tu manera, claro.

En un país donde rara vez se ha fomentado la comunicación oral —ni teatro, ni debates, ni exposiciones públicas— sorprende la facilidad con la que mi generación (y anteriores) critica a quienes han aprendido a comunicarse en nuevos formatos, con una velocidad que ya quisiéramos. En ese punto de la conversación, le recordé a mis amigos aquella frase inmortal de nuestras madres: “Niño, te vas a quedar tonto si sigues todo el día con el ordenador”. La mía me lo decía casi a diario. Aquí estoy, treinta años después, pegado a una pantalla. ¿Tonto? Puede. Pero vivo de ello.

Ya por entonces me metía mis buenas tres o cuatro horas diarias con aquel “trasto infernal”, como lo llamaba mi abuelo. Juegos de la época del Spectrum y el Commodore, que hoy me parecen ejercicios de meditación mental. Y lo hacías solo. En silencio. Porque aunque soñaba con compartir esos mundos con alguien, no había forma. Imaginaba partidas con otros chavales, hablando poco, escribiendo mucho. Hubiera matado por un WoW.

No hablaba demasiado con los demás, entre otras razones, porque no lo veía necesario. Seguro que en eso coincidía con los cuatro chavales de aquella mesa.

Han pasado muchos años, y no me he quedado tonto, como predecía mi familia. Más bien al contrario: vivo de las habilidades que empecé a desarrollar en aquella época, cuando me resultaba más fácil entenderme con un ordenador que con una persona. Durante mucho tiempo, comunicarme por chat fue más natural para mí que hacerlo en persona. Y no me refiero solo a timidez o rareza, sino a una manera distinta de estar en el mundo.

Estoy tentado de hablar más de mí, de cómo esa forma de comunicarse me ayudó a construir quién soy, de cómo me sirvió para sobrevivir y más tarde para prosperar. Pero esta historia no va de mí. O al menos, no del todo.

Lo importante son esos cuatro chavales. Y lo que representan.

A día de hoy, los únicos géneros literarios con buena salud son la novela romántica y la literatura juvenil. Uno leído mayoritariamente por mujeres; el otro, por adolescentes y postadolescentes. Sí, resulta que esos chavales de la generación WhatsApp, los que ahora tienen entre 14 y 20 años, no solo leen más que nosotros, sino que lo hacen por iniciativa propia, sin que ningún adulto se lo imponga.

¿Y sabes qué? No es tan raro.

Muchos olvidan que “hacer el tonto con el móvil” implica, como mínimo, cuatro habilidades: buscar información, leerla, interpretarla, y luego plasmar una idea propia por escrito. La mayoría de mis compañeros de clase, cuando teníamos quince años, no escribían una línea fuera de los deberes. No leían prensa, ni sabían por dónde empezar. Y los que sí leían, lo hacían bajo el paraguas de sus padres, por obligación escolar o —con algo de suerte— gracias a alguien externo que les abría otra puerta más allá del mundo adolescente.

Antes, si querías ver una exposición de fotografía moderna que te volara la cabeza, tenías que ir con tus padres o —como hacía yo— robar libros en el VIPS. Hoy basta con abrir Pinterest y saber buscar. Lo mismo con la lectura: no teníamos Goodreads para descubrir qué leer, ni Spotify para encontrar música nueva basada en nuestros gustos. Nosotros intercambiábamos cintas mal grabadas como si fueran oro. Ahora lo pienso y es como comparar un arado con un dron sembrando guiado por inteligencia artificial.

Estamos tan ciegos por la nostalgia que no vemos a los verdaderos dueños del mañana, ocupados como estamos en defender un pasado que ya no nos pertenece.

A nuestros abuelos los apartaron los cajeros automáticos. A nosotros nos apartará una nueva forma de comunicarse que nos dejará fuera de juego sin previo aviso. Y cuando eso ocurra, muchos se defenderán diciendo que “los jóvenes no saben relacionarse” o que “no entienden cómo funciona el mundo de verdad”. Hasta que llegue alguien de esa generación, resuelva en segundos lo que a ti te cuesta una tarde, y te diga: “Si es muy fácil…”, con una sonrisa que mezcla paciencia y lástima.

La próxima vez que veas a cuatro chavales pegados al móvil, no te quedes en la superficie. Tal vez estén componiendo una canción, aprendiendo a montar una comunidad online, charlando con alguien al otro lado del planeta o, sí, vendiendo droga en la darknet. Todo cabe. Pero lo que seguro no están haciendo es “perder el tiempo” más que tú, mientras hablas de fútbol con los colegas.

 

¿Eres lo suficientemente especial para ser parte de este nuevo mundo?

 

"El Reino" es una isla mística, escondida en el pacífico norte, un paraíso exótico al cual solo se accede mediante invitación y un largo proceso de selección. Inaccesible para aquellos que carecen de un don, pero  muy exigente: lo da todo, pero reclama una entrega total, en cuerpo y alma.

Haz click para más información.

Compra “Un reino feliz” en las principales tiendas: 

amazon nicholas avedon Rakuten Kobo Nicholas Avedon
Apple Books epub FNAC Nicholas Avedon Barnes Noble Avedon Nicholas

Descubre los personajes de Un reino feliz a través sus relatos cortos

 

 

1 estrella2 estrellas3 estrellas4 estrellas5 estrellas (5 votos, promedio: 4,60 de 5)
Cargando...

Comments

  • 7 años agoReply

    Bueno, quise dar un mensaje positivo y constructivo, desde el punto de vista del uso de la tecnología para fomentar la creatividad, la colaboración y el aprendizaje, pero está claro que la tecnología sirve para muchas cosas. De hecho yo también tengo dos pequeñajos, y evito que toquen cualquier tablet o móvil. Prefiero mil veces que jueguen con cajas de cartón o persiguiendo al gato. Creo que tienen que aprender a dosificar la ansiedad que producen ciertas tecnologías, y hay que educarles en su uso, como con el resto de cosas que nos rodean y son peligrosas, desde los cuchillos, los coches o las opiniones políticas en público. Conozco varios en primera persona de «adictos» a la tecnología que han construido una vida diferente gracias a ello. Quizás el uso y abuso es malo cuando el sujeto en cuestión no tiene nada interesante que buscar o que hacer con el móvil. No es lo mismo leer obras clásicas en el móvil en el metro que jugar a la última mierda consume-neuronas, está claro. Solo quería dar una visión diferente al hecho de esos tres adolescentes que como dices, «dan un poco de pena». Quizás no es lo que parece, y cada uno tiene una historia. Quizás aun no la tiene, y está por llegar, o quizás no llegue nunca, pero todos juzgamos demasiado rápido. Yo el primero.

    Gracias por pasarte y comentar en mi blog :-)

  • 7 años agoReply

    Hola Richard,
    Voy a disentir (soy así de chunga, comienzo llevando la contraria) y lo hago desde mi experiencia como madre (ainssss). Es cierto que internet ofrece una gran cantidad de experiencia, conocimientos, gentes interesantes a las que conocer y con las que compartir intereses comunes (y muchas más cosas que se me escapan). Sin embargo creo que también puede convertirse en un monstruo que absorba buena parte de tu tiempo y cape tu creatividad, por no hablar de la irritabilidad que provoca en no pocos chavales (eso lo he podido comprobar por mí misma). Como en casi todo hay que buscar el equilibrio, que no siempre es fácil, pero sí es importante. Mis hijas son pequeñas aún (tienen 11 años) pero casi todos sus compañeros de clase tienen móvil, ellas mismas disponían de una tablet cada uno hasta hace unos meses: se las hemos quitado por motivos que no vienen al caso exponer y la verdad es que leen igual que antes, dibujan mucho más, tocan el piano (a veces), la guitarra , hacen acrobacias aéreas y sobre todo las encuentro más relajadas y felices. Es más que probable que dentro de algún tiempo se las devolvamos, pero sometido a cierto control. Es curioso porque ni las consolas les provocan la excitación que les provocaba la tablet. Lo dejo ahí. Por otro lado me parece un triste quedar con tus amigos en un bar para dedicarte a interactuar con el móvil sin hacer caso a los demás. Posiblemente me dirás que igual de triste es cogerse una borrachera de impresión y es cierto. Buscar el equilibrio es algo complejo y el tiempo pasa volando. Tienes un blog estupendo. Un abrazo

  • 7 años agoReply

    Sorry if I use English to leave these words.

    This is a fabulous entry – I really needed to read it to clear my mind.
    Every generation thinks about the good old times, when they were changing things, doing new and daring stuff. Getting older isn’t an easy process – we see the younger ones acting and behaving in ways that makes us feel a bit jealous. It’s their turn now, they have a whole new life to live differently – that is for sure – we don’t have much time and our ‘fantastic’ skills are becoming more and more useless -then we tend to judge and diminish what is before our eyes. I guess I have learned some of these new things – they make my life a lot happier – I can only imagine if I could learn all the things they know – obviously I can’t – it’s their turn now.

    Again I really enjoyed reading this entry!

    (soon I’ll be 64 yrs old)

    • 7 años agoReply

      Thanks a lot for your words. Even better when comes from a 63 years old man. The audience of my article was people of my age -and older-, they seems to do not dunderstand other ways to communicate than the «bar» or the «street» ways. With the years, I become more prone to watch, and less to judge. After all, writers suppose to be good observers, right? :)

  • Johnny Cherokke

    7 años agoReply

    ¡Excelente!

  • 7 años agoReply

    Gran artículo que me permite, a mis 65 largos y atípicos años, replantearme muchas cosas acerca de los demás. No volveré a despotricar de unos chicos que consideraba analfabetos cuando realmente el desadaptado soy yo!
    Merci beaucoup!

    • 7 años agoReply

      Me alegro que haya servido para hacerte ver las cosas de otra manera, ¡para eso estamos los escritores! ;)

  • 7 años agoReply

    Magnífica entrada =D

  • Luis Fausto.

    7 años agoReply

    Ingenioso.

  • 7 años agoReply

    Si bien es cierto que uno debería «ponerse en los zapatos del otro» pues vaya que teneís razón en eso NO LO HABÍA PENSADO DE ESA MANERA y lo tendré en cuenta en la próxima oportunidad que vea un grupo de jóvenes (precisamente esta tarde estaba hablando con mi hijo menor sobre las computadoras de los años 90 y cómo hackear -que no es crackear- ordenadores).

    Lo que me alegra de esta generación (yo soy de finales de los 60) es que no están limitados a unos pocos canales de televisión (y radio) de aquella época, férreamente controlado por el gobierno de la época (de aquel lado del charco y de este lado también). Ahora tienen más de dónde escoger y un infinito caudal de conocimientos tanto para el bien… como para el mal. En todo caso siempre hay «crackers», por ejemplo como Kevin Mitnick, ya sea en los 90’s, ya sean en los 2010’s…

    Yo mientras tanto me voy al gimnasio proque no solo de ordenadores vive el hombre y sin embargo debo tener el móvil encendido por cuestiones de trabajo y cuando lo atiendo leyendo el Twitter imagino que habrá alguien tomándome alguna foto para algún artículo («¿éste viene a entrenar o a «tuitear»?») je je je.

    • 7 años agoReply

      Cuidado que con los que somos un poco mayores son aun más crueles ;)

Leave a Reply

 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Featured