Un reino feliz: Clara (3 de 3). La prueba

Nada más atravesar el umbral supe que aquel tipo me lo iba a hacer pasar mal. Sus ojos no eran los de una persona normal. Tenía urgencia canina en la mirada, como si quisiera despacharme sin palabras. Estaba sentado al lado opuesto de una mesa, donde sostenía unos apuntes en papel. Una silla libre enfrente me invitaba a sentarme. Eso hice.

Me había vestido lo más discreto posible, pero sabía que un poco de maquillaje haría que un hombre se lo pensara antes de mirarme a la cara y hablarme. Miriam me enseñó bien. Me dijo que si quería, mis ojos podían dejar sin habla a cualquier hombre si le miraba durante unos segundos fíjamente y así había sido, hasta aquel momento. 

Aquel hombre me devolvió la mirada y sentí frío. No hizo nada especial, simplemente sostuvo la vista como nadie lo había hecho antes, totalmente impasible. Estudiándome como un carnicero estudia a una vaca muerta, pensando dónde cortar, dónde esquivar el hueso y meter la punta del cuchillo en la articulación para despiezarla limpiamente.

–Hola Sara… ¿o prefieres que te llame Elia?– preguntó. Por su acento parecía español, aunque era muy neutra. Su voz era suave y fluida, no había emoción alguna en ella. 

–¿Cómo sabe mi… ?

–Sabemos quién eres Elia. Permíteme que te llame así, es mucho más directo.

–¿Cómo?…

–El tipo de trabajo del que estamos hablando exige que lo sepamos todo sobre tí. Nos has dado permiso, ¿eres consciente de ello, verdad?

Dudé durante unos minutos sobre lo que había firmado. Él no se inmutó. Respondí con dudas todavía, pero respondí:

–Vale. Imagino que ya saben muchas cosas sobre mí. Pregúnteme lo que quiera.

–¿Si te digo que te desnudes lo harás? –preguntó.

–Si es parte de la entrevista, lo haré.

–Hazlo –ordenó.

Me levanté y me desnudé. Ropa interior incluida. Me tomé el tiempo de doblar mi ropa y dejarla encima de la silla. Me quedé desnuda excepto por los zapatos. Sabía lo que quería y se lo iba a dar. 

Me tuvo en silencio varios minutos, mirando, anotando. Impasible. Nunca, con ningún hombre, fuera Sara o Elia me había sentido así, como un pedazo de carne expuesto, esperando a encontrar un fallo para extirparlo sin reparo. Sin embargo, aquel hombre no se inmutó. Si sentía alguna emoción, no lo expresaba en absoluto.

–Si te dijera que tu padre está mirando detrás de ese cristal, ¿qué harías? –preguntó.

Me alcé de hombros y no dije nada. Ni siquiera sonreí. Todavía tenía pesadillas con ir a un hotel y que me abriera la habitación mi propio padre, pero era algo que tenía que asumir, igual que me violaran o me dieran una paliza. Ya había reflexionado sobre eso mismo los primeros días de mi vida como Elia.

–Arrodíllate.

Lo hice, esperando a que se bajara la bragueta. Ya me imaginaba lo que vendría después, aunque esperaba más de aquella entrevista que el hecho de validar si podía tener sexo con extraños.

Él se aproximó, pero no se bajó el pantalón. Simplemente me miró desde arriba. Aproximó su cuerpo hasta la altura de mi rostro y desde ahí me observaba. Yo alcé la cabeza y mantuve el contacto visual. Aquella frialdad me asustaba, quería levantarme e irme de allí. Nunca, con un cliente, me había sentido así, totalmente expuesta, sin control.

–Cántame una canción. En inglés –, me ordenó sin pestañear. No era una broma.

Todavía de rodillas, desnuda y prácticamente con su bragueta encima de mí, empecé a entonar “Creep”, una canción que me sabía de memoria desde que era pequeña.

Cuando terminé el primer estribillo, me hizo parar.

–Puedes vestirte Sara. Gracias.

Me levanté temblando, aunque no se notaba. Temblaba por dentro. Quería salir corriendo, pero mientras me vestía, me atreví a preguntar.

–¿He pasado la entrevista?

–Aún no hemos terminado.

Me senté de nuevo. De improviso, me tocó la mano con la suya y me sonrió. Sus ojos seguían siendo los de un cadáver. Mi reacción fué  la de apartar la mano como si me picara un escorpión, pero ni siquiera tembló. Dejé que aquellas manos suaves y calientes me acariciaran. En mi mente, cerré los ojos e imaginé que eran las de Mario, un antiguo novio. Dejé que las sensaciones conocidas hicieran su trabajo y pronto, delante de mí estaba Mario, el chico más dulce que había conocido en mi corta vida. 

–¿Cómo enamoras a un hombre, Elia?

–Escucho su corazón. 

–¿Cómo? –quiso saber.

Reí como solía hacerlo con Mario y giré la mano para acariciársela yo. Era otro rostro, pero para mí era Mario. Le echaba de menos, sus caricias, su pasión y sus abrazos. Sobre todo esto último.

–Sólo hay que escuchar. Todos …

–… queremos que nos quieran –terminó él.

Deseé que se incorporara sobre la mesa y me cogiera la cabeza con dulzura, como lo hacía Mario y me besara. De esos besos que nunca tienen fin, de esos besos que no quieres huir. Pero no lo hizo, y yo, quería que lo hiciera, lo deseaba de verdad.

Súbitamente, aquel hombre cambió por completo. Volvió el color a la expresión de un hombre ya adulto. Sorpresa mezclada con algo de vergüenza y curiosidad. 

La entrevista había terminado.

Nada más salir del recinto, recibí un mensaje. Tenía una semana para embarcar a mi nuevo destino. En el vuelo recibiría instrucciones sobre mi objetivo, un ingeniero español. Mi misión duraría al menos un año, prorrogable si todo iba bien.

Durante un año, Sara dejaría de existir y sería Elia a tiempo completo. Un año de Elia por toda una vida para Sara merecía la pena.

Un reino de sueños esperaba a Elia.


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