Perfecta

La miro y su perfección es tan frustrante que me gustaría clavarle un puñal en la tripa y ver su rostro de sorpresa. No por rabia, ni siquiera por odio: por agotamiento. Por el disfrute de una emoción no controlada, una expresión que no domine. Algo, lo que sea, que no esté igual de calculado que su escote o la raya de su ojo.

Jamás podré ser así de perfecto, ni seguir la coreografía de su especie. Se sienta y despliega sonrisa y perfume con la misma precisión que cruza las piernas. Elige el vino correcto y sus labios, su lengua y sus dientes, cómplices, secuestran la razón. Hace el amor con una eficiencia feroz. Ni siquiera sus lágrimas le arruinan el maquillaje, lo hacen más salvaje. Desnuda, camina sobre una alfombra interminable.

La observo como la oveja al lobo. Sé que debajo de sus imposibles ojos azules hay miseria, pero está tan lejos de mí que parece un ángel travestido. Una criatura que aprendió a fingir humanidad para sobrevivir entre nosotros, pero que no siente nada. Solo sus arrugas al sonreír la delatan como un ser humano real.

Sé que a veces llora, pero ni eso ni sus orgasmos me importan. Solo sé que reflejados en sus ojos el mundo es perfecto, y eso me es insoportable. 

Ni siquiera cuando sea vieja y sus pechos estén caídos tendré alivio. Incluso sus cenizas serán perfectas, alegres, dichosas y brillantes.

No es envidia. Es la vida que se me escapa, huye y va atraída, como yo, a su piel. 

Debajo de su falda no hay nada. 

Solo mis fantasmas.

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