La gente apesta

De niño yo tenía dos tíos: uno bueno y uno malo. Cuando eres niño es fácil distinguirlos, porque el primero, que era un cura calvo y bonachón, siempre estaba alegre. El segundo, un contable seco como un quijote, disfrutaba riéndose de mí. El cura me enseñó a apreciar el sabor de los melocotones y las sonrisas espontáneas de gente que no conoces. El contable me enseñó a usar las hojas de cálculo y a guardar mis emociones en tarros de cristal. 

Ayer una persona que creía conocer desde hacía doce años y que me atrevía a llamar amiga, me enseñó otra cosa: que las sonrisas espontáneas, cuando eres adulto, no existen. Otro amigo, este certificado por bodas y funerales, dejó de contestarme las llamadas hace tiempo. No sé el motivo, quizás tenga mal su número de teléfono, o mis recuerdos estén distorsionados por la melancolía, pero creo que soy yo el que no deja irse a las olas y quien se empeña en que toda la arena tiene que estar mojada. Tengo otro gran amigo que hace décadas que no veo, lo vi huir dos veces, la primera, de una mujer, y la última, cuando le dije que había vuelto a abrazar la poesía. Nos mantenemos amigos en la distancia, como el amor entre una estrella de Orión y los granos de arena de una playa de Asturias. Por lo menos seguimos dándonos a like en Facebook, pero yo echo de menos cuando discutíamos hasta las tres de la mañana sobre política y sobre qué cerveza era mejor. No sé cómo acercarme, ni tampoco cómo alejarme, lo mismo que una gaviota que persigue el mar desde el aire, y en tierra corre alejándose de las olas, como si fueran de lava.

Con las personas desconocidas no me va mucho mejor: mi vecino de enfrente deja a su perrito-bebé ladrar todo el día, una tortura para el animal, pero mayor aún para nosotros que le vemos sufrir. Ayer el vecino que aparca en la plaza de garaje detrás de la mía, me pidió de malos modos que me pegue más a la columna, porque no le dejo salir. Me pregunto si esos centímetros de los que me habla le obsesionan por algún motivo más íntimo y personal, asumo que sí, por su mal humor, y para colmo, el indio, de la india, que se hace pasar por un tal John Algo de Nueva York para venderme no sequé producto financiero a las diez de la noche, ni siquiera sabe pronunciar mi nombre como dios manda. 

No sé, tengo la sensación de que mi tío el cura cuando se murió lo hacía aliviado, sabía algo que los demás no, y se fue sonriendo, como quien dice hasta luego. El otro, el malo, se agarró a la vida hasta el final, pero cuando se fue, dejó sus deudas saldadas. Cómo sería el funeral que tenía coro y gente con trajes caros. Lloré todo lo que pude, uno no encuentra ocasiones tan propicias a menudo.

Pero a pesar de que crees que ya sabes de qué va esto, la gente siempre te sorprende, como me pasó hace unos días en una feria profesional. Me encontré con un tipo cincuentón y medio calvo, que decía ser aquel amigo virginal de una novia que tuve hace media vida, y que se acercó cariñosamente para saludarme. Apenas le reconocí, bueno un poco sí, seguía teniendo esa mirada de incomprensión por haber sido yo, y no él, quien se cepillara a su amor platónico. Siempre he tenido cierto temor de que me confiese, entre risas, que mi novia de aquel entonces se tiraba a todo el pueblo y que yo era el único que no lo sabía.

Luego están los padres de los compañeros de mi hijo, que miran al infinito mientras esperan a la salida del cole, cada uno en una esquina. Me he tomado cervezas con alguno y hemos compartido batallitas de padre, pero siento que molesto, como si ayer fuera ayer, y hoy es nunca. Lo mismo que esos compañeros de trabajo, que en su día parecía que fuéramos casi hermanos de sangre, y al día siguiente, cuando se han ido a otra guerra, te sientes huérfano y sin herencia. 

Es difícil hacer amigos nuevos de adulto, yo lo he intentado con ahínco, con vino y hasta siendo otro, por ver si así funcionara. Lo más que he conseguido es pasarlo bien, pero eso no basta, cuanto más te ríes y mejor lo pasas, más sientes que alguien se llevó a casa algo que no era suyo. Esas amistades nuevas suelen durar poco y cuando se rompen, no dejan ni siquiera recuerdos, es como un espejo que se cae y descubres que era de plástico. Lo tiras más por vergüenza que porque deje de mostrar tu rostro deformado.

La familia de otros suele funcionar mejor que la propia, que está siempre esperando algún favor perdido enterrado en la historia, deudas incluso de otra generación. Las casas familiares están siempre llenas de muebles rotos, de promesas incumplidas y de injusticias sin resolver. Está bien reencontrarse con primos que podrían ser el primo de otro, porque todo es un posible, hasta que recuerdas algo que podría haber pasado, o quizás no, pero ahí está, dando vueltas por la casa del pueblo, como parte del decorado. 

El pueblo sigue teniendo el mismo campo verde y amarillo colgado en la ventana, las mismas nubes blancas bordadas en el cielo. Las campanadas de la iglesia, siguen meciendo las mismas almas animales atrapadas en caracoles, pájaros y lagartijas, año tras año, jugando a intercambiarse los cuerpos. Los mismos espíritus tras las puertas, deseando comunicarse contigo a base de crujidos. Todos ellos son los únicos que recuerdan quién soy, qué rabia me da no poder ser uno de ellos, porque son los únicos que parecen entenderme. 

La gente apesta, pero aun con todo, tengo fe en las personas, porque sin fe, uno no puede enamorarse, ni amar, porque a un perro se le ama por cómo mira las nubes, no por su puntualidad de vientre, pero cada día que pasa más me agarro a esa hoja de cálculo, que me sirve para saber que no estoy loco. Por las noches me acuerdo de bajar al sótano para visitar mi colección de tarros de cristal, que guarda el recuerdo de ese melocotón dulce y lleno de vida que es la infancia, donde uno sabe quién es, aunque aún no lo sepa.


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Comments

  • joan marti

    2 semanas agoReply

    Me gusta el relato y las reflexiones. Es muy interesante pensar la pérdida de los amigos, y sobre todo cuando el suceso resulta inexplicable. Tengo al menos dos casos en mi experiencia. Uno es de una clienta y amiga, a la que le llevé su largo y tortuoso divorcio, con la que tenía excelentes relaciones tanto por correo como por telegram y cada mes o así nos tomábamos un café y habábamos de lo divino y de lo humano, y de la noche a la mañana dejó de coger el teléfono y de contestar a los telegrams. Le he mandado un par de correos y me contesta que es que se ha cambiado de operadora y otras excusas inverosímiles. El otro, un cliente, al que le llevé un asunto de una querella y nos hicimos amigos. Hemos ido a comer varias veces, me ayudó a rehacer mi página web, etc. Y un día, sin más ni ninguna explicación, dejó de contestar al telegram y los correos (no puedo hablar con él porque es mudo) y no ha habido manera de tener comunicación con él, salvo una vez que me contestó un mail sobre el dominio de la web y me hizo algún arreglo en el servidor. Ambos son excelentes personas, gente amable y encantadora y teníamos una relación de amistad estupenda. Lo que me fustra es la falta de explicación del suceso, es algo similar a la película Almas en pena de Inisherin. En fin, cosas inexplicables.

  • 1 semana agoReply

    A mí me ha pasado varias veces lo mismo y al final es lo que me ha traído a este relato, el entender que a veces nosotros mismos somos los que nos aferramos al pasado, a lo que creíamos una relación que ya no existe. Todo muere, la amistad solo dura mientras ambas partes quieren mantenerla y a veces no es que se rompa, es que muere poco a poco y cuando te quieres dar cuenta ya no queda nada salvo un bonito recuerdo que si nos empeñamos, también queda tocado. Es duro, sobre todo para la gente como nosotros que de alguna manera valoramos mucho la amistad y el pasado, pero es mejor vivir hacia delante, buscando crear nuevos recuerdos con aquellos que están dispuestos.
    Gracias por pasarte y comentar, Joan.

  • JustMe

    1 semana agoReply

    Sólo fue un día con las defensas bajas. Normalmente es igual… pero no te afecta :) La decepción llega por la expectativa, cuando lo raro es que una relación dure toda la vida; en la vida adulta, las relaciones son efímeras, y qué? Para qué forzar vínculos con personas que ya no están en tu presente?
    Yo sigo siendo igual de mía que siempre, puede que incluso un poco más… estoy acostumbrada a no necesitar y no me afecta, no me deprime, sólo en momentos de debilidad como el tuyo, porque tampoco es que sepa ser diferente. Sin embargo, me he dado cuenta de que hay por ahí gente con la que tengo una relación muy superficial que me tiene aprecio por lo que percibe de mí. Los que somos algo distantes en el trato, somos poco espontáneos e inconstantes en el tiempo, y eso genera incomodidad.
    Tus últimos relatos tenían un cariz diferente. Volvía a leerte, así que espero esto sea una excepción. ;)

  • 1 semana agoReply

    En las relaciones y las experiencias vitales yo no puedo olvidar nada, lo guardo todo, y me cuesta mucho soltar amarras, no me rindo a no ser que me vea obligado. A veces no se trata de cambiar lo que uno es, si no de entenderse y saber cómo maniobrar sin cortarse con las esquinas.

    ¡Seguimos leyéndonos!, el próximo texto será un trocito de mi nueva novela (Hijos de Brin), un trocito de ciencia ficción clásica al más puro “años 50” al que estoy dándole una vuelta y quiero exponer. En barbecho tengo otro cuento pequeño de ciencia ficción “romántico”, asi que sigue pendiente ;)

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