Un reino feliz: Clara (2 de 3). El nacimiento de Elia.

Miriam era actriz y estaba enamorada de mi padre, como yo no lo he estado jamás de ningún hombre. Tras unas semanas, de su relación, lo único que sobrevivió fui yo. Nos hicimos amigas y confidentes. Gracias a ella descubrí el mundo del teatro, una puerta a otra realidad.

La primera vez que fui a verla, ni siquiera era una obra, solo un ensayo, pero recuerdo quedarme fascinada al contemplar cómo cada actor mudaba la piel y se transformaba en otra persona delante de mí. Aquellas personas pasaban de un estado a otro de manera fluida y natural, su cuerpo era el mismo, pero parecía que otra alma lo habitaba.

Cuando me rompieron el corazón por primera vez, fue a ella a quien le confesé aquello que no podía contar a mi padre. Con ella podía hablar, nos separaban diez años, pero el temor a un futuro incierto era el mismo en ambas. Ella también estaba sola y, aunque pudiera parecer una mujer fuerte, pronto supe que Miriam era su mejor personaje. El teatro era su arma. Supe que no se llamaba así de verdad, que Miriam era el nombre que había elegido. Ella decía que tus padres te ponían un nombre y cuando te hacías mayor y sabías quién eras, elegías un nuevo nombre para ti. Su personaje tenía mucho que ver con dar a los demás lo que querían.

Miriam trabajaba como actriz en obras de teatro, algún anuncio y cosas así, pero sobre todo, interpretaba a Miriam.  Ella me enseñó. Me enseñó a sacar provecho de lo que buscaban muchos hombres con un vacío en su interior.

Cuando mi padre se largó de Buenos Aires y me dejó en la calle, sabía que solo podría contar con ella. Otras amistades vienen y van, pero Miriam, convertida desde hacía tiempo en mi hermana mayor, me llamó para preguntar cómo estaba y supo que estaba a punto de ser desahuciada. No lo dudó, me invitó a su casa y me dejó dormir con ella, en su propia cama durante semanas, hasta que me reinventé y Clara se convirtió definitivamente en Elia.

Ella me ayudó a perfeccionar a Elia. Estuvo allí la primera vez, me dio ánimos y me animó a dejarlo si no lo tenía claro. Ella me enseñó todo. Todos los días a las nueve de la mañana se levantaba de un salto, y practicaba sus ejercicios vocales, luego yoga y una ducha. Nunca renunció a ganar un papel que le cambiara la vida, nunca se rindió. Cada día, a las diez, se hacía un té y leía un poco de poesía. Cada día con una sonrisa y siempre deseando descubrir qué le depararía la tarde. Por las tardes, en su otro trabajo, daba lo mejor que tenía para hacer felices a otros. Por las noches, seguía soñando. Siempre soñando. Ella me enseñó. Con el ejemplo y la constancia.

La primera vez que oí hablar del Reino fue por boca de Miriam. Buscaban personas con habilidades especiales para vivir durante un tiempo en una isla. Si lo hacías bien, podías retirarte en solo seis meses de trabajo. Una conocida suya había estado allí y se lo había contado. No era una fantasía, era real, aunque no era algo para cualquiera: había que ser atractiva, hablar varios idiomas y, sobre todo, actuar muy bien, tanto como para mantener el papel durante mucho tiempo. Yo no estaba segura, pero durante semanas, ella me hablaba del Reino y yo buscaba detalles por internet y se lo contaba de madrugada.  Al principio no creí que yo pudiera hacer algo así. Me veía como una pobre porteña que nunca había salido de la ciudad. No dejaba de ser una ironía, que mi padre, que volaba por medio mundo, jamás me hubiera sacado de aquel piso del barrio de Palermo.

Preparamos juntos su prueba. Tenía que enamorar a un tipo, un ingeniero y hacerle creer que era una mera casualidad. Le daban un perfil de aquel hombre y tenía que buscar la excusa para que se fijara en ella. No había ningún guion, pero le proporcionaban mucha información sobre su objetivo: no solo tenía que enamorarle, tenía que ser su pareja durante meses, o el tiempo necesario. Su trabajo era hacerle feliz y para ello disponía de toda la información posible de aquel hombre. Desde que nació, sus gustos, fotos de sus exparejas, evaluaciones psicológicas. A ambas nos parecía muy fácil hacer feliz a una persona de la que sabías todo y tenías tiempo para prepararlo.

El proceso para Miriam fue largo. Una entrevista tras otra, exámenes médicos y pruebas físicas de todo tipo. No se podía elegir, si querías entrar en el juego, tenías que darlo todo. Miriam hubiera dado su alma, pero no hablaba bien inglés. Necesitaban un mínimo de tres idiomas y ella solo hablaba bien alemán. Tuvo que acostarse con una mujer que solo hablaba inglés y ahí la apartaron del proceso. Aun así, la compensaron muy generosamente, lo que hacía pensar que aquella gente iba muy en serio.

No tuvo que animarme demasiado a que lo intentara yo, aunque solo tenía veintidós años, podía parecer mayor con un poco de maquillaje. Lo único bueno que me había dado mi padre era su obsesión por los idiomas: hablaba francés, inglés y algo de ruso.

En mi caso, la prueba fue diferente. De alguna forma supieron que estaba relacionada con Miriam, y tras firmar unos documentos interminables y unas pruebas médicas me hicieron la prueba, una sola. Nunca la olvidaré.


Clara es un personaje importante en «Un reino feliz». Descubre más sobre ella en el blog en próximas entregas.

 

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