Hoy no quiero ser Avedon. Hoy quiero ser yo, basta de ficción. Tú, si me lees te llamas Paula y hace treinta y pico años pasabas todos los veranos en un pueblo de la Rioja. Todavía recuerdo como jugábamos a contar matrículas de Madrid y como nos escondíamos de los mayores en el viejo cuatro latas que moría plácido escondido en el pajar de mi tío Alfonso, en la casa de la higuera, las gallinas y los conejos. Allí venías a buscarme todas las mañanas de aquellos veranos que olían a sueño sin terminar. En el cielo y entre los edificios, jugando sin parar, los pájaros piaban en una sinfonía bulliciosa y de fondo, sonaban los tableteos de los picos de las cigüeñas omnipresentes en aquel cielo donde nunca llovía, o yo no lo recuerdo.
Siempre que pienso en ti, tras el paso de tantos años vuelvo a ser aquel niño poeta que no hablaba, solo miraba y se dejaba llevar de tu mano. Eras un año mayor que yo y no corrías con los demás niños. Yo solo quería estar contigo, aunque a mi padre le llevara los demonios que jugara con una niña coja. Yo soñaba con una casa donde podíamos estar solos y juntos la inventábamos con las cajas de fruta de tu tía, la de la fábrica de conservas. Todos mis recuerdos de aquellos veranos tenían tu nombre: Paula. Ya solo me queda el olor de las sábanas y tu nombre. Ya no recuerdo tu rostro, ni tu voz. Lo único que no ha desaparecido de mi memoria es tu nombre y el hormigueo de mi piel que sentía cuando me pinchabas con aquella jeringuilla vieja sin aguja. Jugábamos a médicos en la casa de tu abuelo. Tu abuela nos daba galletas y nos mandaba a jugar dentro de la casa para no molestar. Explorábamos las habitaciones vacías y oscuras, de casillas blancas y negras. No los oigo, pero los imagino nítidos, nuestros suspiros, allí tendidos en la camilla. Jugando al prisionero y el carcelero, atándonos con cuerdas de tender la ropa. Poníamos a prueba nuestra vista leyendo las letras de la consulta de tu abuelo con un ojo tapado, y hacíamos cualquier cosa que nos dejara más tiempo para seguir siendo niños. El mundo nos quedaba grande y no nos importaba.
No sé si seguirá existiendo aquella piscina monstruosamente grande que nunca fui capaz de cruzar a nado y donde tu te empeñabas en demostrar tu valor, una y otra vez. Yo te esperaba, cazando ranas, buceando hasta el inframundo, sin gafas y sin aire, para coger lo único que te daba miedo. Y te perseguía y quiero pensar que te reías, pero ya no lo recuerdo. Solo tu nombre y la sensación de que las libélulas eran algo extraño y mágico a lo que tenerle miedo, pero no demasiado. Como te echo de menos, Paula. Ahora veo a mi hija, y pienso que es tu vivo retrato, aunque no recuerde tu rostro. Sé que nos bañábamos con alguien mas que ya ha muerto en mi memoria, como todas las hojas que brotaron y se hicieron marrones en un ciclo sin fin desde aquel entonces. También recuerdo el nombre un perro enorme y juguetón: Fez, y otra piscina, y hojas flotando en el agua. Recuerdo el olor de los melocotoneros que la rodeaban y el sinfín de chicharras que amenizaban la hora de la siesta, esa en la que nos movíamos sigilosos para seguir jugando sin despertar a los mayores. Jugando a pescar peces en aquel barril enorme. Aburridos, solo nos teníamos el uno al otro para descubrir el mundo, aunque fuera casi siempre en nuestra imaginación.
Un verano, volví y ya no estabas. Ni siquiera lloré. Las hojas volvieron a brotar y se secaron, cayeron al suelo y otros niños, cuando ya no estábamos ni tu ni yo,las pisaron mientras se perseguían entre risas y cosquillas. Han pasado los años y cada día esos recuerdos mueren un poco más dentro de mí, pero todavía sé tu nombre, Paula, y lo recuerdo. Recuerdo lo que significa ser niño.
Foto de portada de Benjamin Voros
P.D: Paula, sí lees esto, por favor, escríbeme. Seguro que tú sabes quien soy detrás de mi pseudónimo.
Jose A. Sánchez
Me reitero en lo que te he dicho muchas veces.
Eres un gran escritor pero un ¡¡¡grandísimo poeta!!!
Enhorabuena por esta maravilla.
Y Gracias por compartirla.
:)))