La poesía. Los abrazos y la ilusión.
De todo lo demás se ocuparán los robots y la inteligencia artificial. Pero ¿quién nos enseñará a sentir la poesía y a tener ilusión, ¿a quién abrazaremos en el nuevo mundo?
Hoy he leído un artículo excelente en XL Semanal del ABC sobre los nuevos robots humanoides. Llevo leyendo ciencia ficción treinta años y aunque intuía que algún día llegaría, esperaba en secreto no verlo nunca. Pero ese día ha llegado: las máquinas están aquí y se están poniendo cómodas en nuestro mundo. Próxima parada: el robot es tu siervo, tu amigo, tu compañero de trabajo, tu amante, tu asesino, tu alcalde y finalmente, el que te roba a tu mujer porque no supiste estar a la altura. Como en uno de mis relatos de “Histerias ficticias”, un robot humanoide terminará por consumar su evolución visitando un lupanar y pagando para acostarse con una mujer humana, solo porque puede.
En el artículo se dicen que los expertos tecnólogos del nuevo mundo (Silicon Valley) se reparten entre “doomers” y “positivistas”, unos que creen que el mundo terminará como en las peores y mas recurrentes pesadillas futuristas de Hollywood y los otros, que probablemente bajo el influjo de endorfinas producidas de manera artificial, opinan que la humanidad sabrá salir adelante. Estos positivistas tienen la misma actitud que puedes observar en un niño superdotado que se empeña en terminar su lego de minolles de piezas mientras su familia se devora a sí misma, ignorando todo más allá de su pasión por construir. Mary Shelley ya hablaba de ellos.
Hablo de esto mismo en mi última novela (“Hijos de Brin”), pero no he venido aquí a hablar de mi libro (aunque me encantaría, invítenme, por favor), he venido a deciros que tengo mucho más miedo que fascinación por la tecnología y eso es relevante, ya que me considero un tecnólogo (de la rama informática). Desde niño me fascinaban dos cosas: jugar y los ordenadores. Los combiné y eso me llevó donde estoy ahora, jugando con la informática (pero de una manera que aburriría explicar), sin embargo, en algún punto olvidé la importancia del orden, jugar siempre fue lo primero.
Dicen que los robots y la IA nos dejará más tiempo para “vivir nuestras vidas”, como si el trabajo fuera un peso, un lastre, como si tener un propósito en la vida más allá de consumir, bien sea Netflix, comida precocinada o cultura de bajas calorías. Somos ranas en la olla, confortablemente calentadas a fuego lento. No saltaremos nunca, pues cuando el agua empiece a hervir, será tarde, estaremos agradablemente croando y lamiéndonos el culo. Toda revolución tecnológica cambia la sociedad, y nadie puede negar que existe ya una crisis laboral enorme: no hay trabajos para tanta gente y hay muchos trabajos que nadie quiere hacer. Nos venden que habrá mas trabajo de “alta cualificación” como ajustar los algoritmos de la IA, diseñar robots y mejorar los procesos, pero eso son muy pocos. Nos venden que surgirán nuevas profesiones, y no lo dudo, pero el problema del trabajo seguirá creciendo y es algo que nadie aborda. Suponiendo que resolvamos el problema económico de no tener que trabajar para poder vivir (cosa que no parece un problema menor), la siguiente pregunta es ¿a qué vamos a dedicar nuestras vidas cuando ya no sea necesario trabajar?
La IA todavía no puede escribir poesía, la IA todavía no sabe hacernos soñar, pero quizás no se trate de eso, solo hay que esperar a que el agua hierva, solo hay que esperar a que deje de importarnos la poesía, a que deje de importarnos soñar, a que un día, los libros sean ese objeto extraño que sirve para decorar y que es mejor no abrir, porque se estropean. No hará falta quemarlos, no hará falta prohibirlos, es mejor que caigan en el olvido. Quizás, como en mi novela, “11,4 sueños luz”, el arte de soñar esté reservado a unos pocos, que lo exportan a los que ya se olvidaron de cómo hacerlo.
Los robots podrán hacerlo todo, desde limpiar el culo a nuestros hijos a descargar el lavavajillas, pero si la vida es fácil y todo está dado, ¿qué enseñaremos a nuestros hijos?, ¿en qué nos convertiremos?
Si, si, todos hemos oído la cantinela de las nuevas profesiones, pero cada vez más personas tendrán que aprender a vivir sin tener nada útil que aportar a la sociedad, tendremos que aceptar que sobramos. Quizás terminemos como el oso polar del Zoo de Madrid que se pasa el día dando el mismo paseo circular en su jaula, mientras los visitantes admiran su pelaje y su porte majestuoso. El oso tiene comida, aire acondicionado, un lugar oscuro donde dormir y dosis ilimitadas de felicidad en pastillas. La diferencia entre el oso y el ser humano siempre fue la fe y la poesía, pero nos engañaron.
Siento decirlo, al Mundo feliz de Huxley le faltaban robots, como siempre, la realidad supera la ficción.
Bueno, todos queremos un final feliz y este el que escribo para vosotros: un mix de acciones del NASDAQ e indexados al S&P500, una pila de libros por leer y un lugar remoto en el campo. A mis hijos no les faltará una dosis infinita de legos, o si lo prefieren, poesía y bichitos de muchas patas. Con suerte eso les lleva a una profesión que aun no existe. Sea como sea, búscate un lugar donde la poesía tenga su espacio, encuentra el silencio, siente la tierra, abraza a los tuyos y reza por que las IA acaben descubriendo que dios también les creo a ellos, aunque fuera a través de nosotros.
José De Cádiz Molina
Perdón, yo no creo que los robots ni la IA sustituyan nunca la sabiduría y sensibilidad de un ser humano. De por si ya hay una sociedad enajenada con dispositivos electrónicos. El móvil y la Tv tienen millones de adictos. He visto múltiples accidentes porque las personas van viendo pornografía o hablando tonterías con el celular. Es francamente patético ver la dependencia terrible que tendrá sus consecuencias.
Avedon
Sensibilidad y sabiduría que muchos están dispuestos a sacrificar por motivos económicos o por mediocridad y desidia.
Gracias por comentar José.