Soy un voyeur

Tendría catorce años, y aquel cuerpo semidesnudo a través de las cortinas sigue siendo uno de los recuerdos más nítidos de mi adolescencia. No conocía su nombre, ni su rostro. Mi imaginación era más importante que lo que veían mis ojos a través de los viejos prismáticos de mi padre. Piernas, curvas y cajones. Todo junto. Una larga melena cayendo sobre aquella piel blanca al levantarse la camiseta. Entre el hueco de la persiana y los marcos de las ventanas, un sujetador. Cruzando la valla de alambre que separaba nuestras casas, dos manos buscando los corchetes a la espalda, La textura de un sueño, tras aquellas cortinas lechosas. Cayó la persiana.

Fue apenas unos meses más tarde. Yo sabía que subían por mi portal pues había oído la discusión en el jardín. Ya no recuerdo sus nombres, ni sus rostros, pero si la excitación que brotaba de sus miradas, como ese humillo blanco que huye de los cuerpos en una mañana gélida. Tendrían mi edad, dos adolescentes que se besaban por primera vez, con hambre animal, en la penumbra del descansillo del tercero, delante de mi puerta, exponiéndose a la mirilla. A mí.

Esa forma de mirarle la delataba. Todo el cuerpo; su olor y hasta el timbre de la voz. Su cabello hablaba por señas, y todos juntos, en armonía, mentían. Todo encajaría años después. Sólo observaba. La historia en tres actos de una traición vino después, y como en las anteriores, yo fui un mirón de excepción.

No fueron las primeras, no serán las últimas. Ahora ya no necesito prismáticos ni mirillas. Observo. Tengo el poder de conectar los puntos, de leer lo que está sucediendo y no se ve. Detrás de una puerta, dentro de una conversación o bajo la mesa. Radiografío conductas, pensamientos y posibles. Analizo y confirmo cuando hay pruebas. Sólo hay que saber buscarlas, y se me da bien. Con los hechos contrastados es muy fácil rellenar huecos, ahuecar historias, conectar los puntos.

Por eso escribo, por que he robado tantas almas, tantos momentos, que tienen vida propia y se adueñan de mí, entremezclándose en mi vida de observador. Por que un voyeur no sólo observa amantes, también está en medio de esos momentos donde dos personas, en el silencio de los gritos, se desollan con lenguetazos llenos de trozos de cristal. Los cronistas del ser humano, ven caer antiguos palacios humillados y levantarse templos de plástico y neón. De todo miro y aprendo, procurando no decir nada que estropee la escena, sólo observo y conecto los puntos. Las mejores historias son las que alguien ha vivido y otro las ha contado.

Existo, pero solo cuando el observado percibe mi mirada. Entonces pueden entrever mi alma, y les da miedo lo que creen ver. Por eso sonrío, recojo mis notas y me voy a otra parte. Antes de que reaccionen y sepan quién soy de verdad. El que escribe las historias.

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