El placer absoluto de que todo esté en su sitio.
Que el tiempo se deslice sin fricción.
Que los colores no se mezclen al filtrarse por las cortinas,
y que las formas, quietas, no se disuelvan.
Que no exista mañana.
Que tampoco exista ayer.
Que las mismas canciones giren en bucle,
una y otra vez,
y que las lágrimas —tras leer un verso—
fluyan sin caer jamás.
Eso es la felicidad.
Y es solo mía. De nadie más.
Respirar sin nadie de testigo.
Y en cada exhalación,
sentir un diminuto orgasmo
que recorre el cuerpo
y se esconde en la punta de los pies.
Una felicidad egoísta, contenida,
infinitamente pequeña.
Mía.
Solo mía.
Mi mente,
solo mía,
jugando a la peonza sin cuerda,
en un cuarto sin relojes,
sin espejos,
sin testigos.
(Madrid, 19 oct 2025)
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