Mi último ejercicio de lengua

Cuando leas esta carta seremos dos desconocidos separados por el espacio, el tiempo y con recuerdos dispares. Tú tendrás canas en la barba, si es que sigues mis pasos, y yo tendré toda la barba blanca. Vivirás en el futuro, pensando en tu hijo recién nacido, y yo rememorando mi pasado, cuando tú eras un bebé adorable que me cogía el meñique con su manita.

No tiene demasiado sentido recordarte ahora, que fue justamente hoy cuando te enseñé a hacer divisiones por diez, o que hoy fue el día que expliqué que el verbo es esa palabra mágica que hace que sucedan cosas entre los sustantivos. Igual te acuerdas de que te expliqué también que los verbos y los adjetivos tienen vida propia, y que incluso un verbo, sin nada más, está vivo. Ojalá lo recuerdes en ese orden, primero las divisiones y luego los verbos. Espero que hayas descubierto todo eso por ti mismo, y que ahora entiendas lo que pretendía con todo aquello.

Me gustaría haber tenido la capacidad de entrever el futuro y darle mejores consejos, más abrazos (o quizás menos), pero lo cierto es que es más fácil ser buen hijo que buen padre. Cuando leas esta carta estarás tan abrumado que dirás: ya está el viejo con sus historias, solo que el viejo, o sea yo, tiene más o menos la misma edad que tú ahora mismo, mientras lees estar carta. Espacio / tiempo, ¿recuerdas cómo me gustaba la ciencia ficción?

Es posible que leas esta carta y me vayas a visitar a la residencia, o quién sabe, al cementerio, y me digas alguna cosa bonita, pero no, no lo hago por eso. Acuérdate, ese viejo ya no soy yo, soy yo el que te está hablando desde el confín del universo, a través de las palabras. Esos sustantivos peleones, polisilábicos, individuales y en pretérito compota.

Tener un hijo no es algo que puedas controlar, asúmelo cuanto antes. En esta vida uno no tiene el control de nada, ni siquiera de cuándo leerán tus cartas, o de la próxima palabra que está a punto de saltar al renglón mientras escribes. Lo mismo pasa con los sentimientos, no cometas el error de creer que puedes controlarlos o dirigirlos o te pasará lo mismo que les pasa a las personas que no creen más que aquello que pueden ver. Quiero pensar que nunca dejarás de ser el niño que eres ahora. Si me hiciste caso alguna vez, espero que lo recuerdes, estás en una buena época para aprender de todos los errores que ya has cometido. Nunca es tarde, siempre te frustraste mucho cuando perdías, espero que alguna vez entiendas que perder es también un mal hábito, como casi todo en la vida.

Los niños lloran, todos. Te contaré otro secreto: los adultos también, pero aprenden otras formas más sutiles de hacerlo, y sobre todo de ocultarlo. Tú no llorabas de niño, eras como un muñequito feliz, porque no sabías lo abrumado que estabas. Todos seguimos abrumados por la vida, seguro que ese viejo cascarrabias que tienes en tu cabeza ahora mismo, incluso ese viejo que soy yo, sigue abrumado por la vida, aunque se comporte como si lo supiera todo.

No dejes que la vida te abrume, o si lo haces, no dejes que se note demasiado, porque un padre es lo único sólido que tiene un hijo. “No te preocupes tanto”. “No pasa nada”. “Tiene solución”. “Pídeme ayuda, siempre que quieras”. ¿Recuerdas las veces que te lo decía de niño?, seguro que no, porque lo dabas por hecho, a pesar de lo difícil que fueron algunos momentos. Es duro no tener tiempo ni para pensar, a veces ni siquiera para agobiarse con todos los posibles errores que sabes que estás cometiendo, o las omisiones, o los gritos a destiempo. Yo los apaciguaba con abrazos, por eso te abrazaba tanto.

Seguro que mi yo del futuro ya se ha olvidado de cómo eras de niño, te habrá idealizado y no se acordará de cómo dejabas mocos pegados por todas partes, y como me engañabas a escondidas jugando con el móvil en el baño. Espero que todas las fotos que atesoro sobrevivan el tiempo, porque no quiero perderte. Me encantaría mirar al futuro y saber en qué te vas a convertir, oír tu voz adulta y hasta tus reproches sobre lo mal padre que fui. En el fondo, esta carta no es para ti, es para tu hijo. Para que algún día le escribas una parecida. Considéralo mi último ejercicio de lengua, por esta vez te perdono las faltas de ortografía.

Y dame un abrazo, aunque parezca que no lo quiero, aunque te haya hecho mucho daño. Por dentro sigo siendo un niño que llora. Quizás, de tanto viejo, más niño.

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1 Comment

  • Anónimo

    7 meses agoReply

    Algo dulzón, pero hermoso.

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