Existen solitarios, rodeados de personas que ansían una soledad mayor. También hay otros tipos que no lo son y que llevan muy mal estar solos. Cuando esos dos tipos de hombres tan diferentes comparten la soledad, lo hacen de manera extraña, como un chino intentando explicar algo en castellano a un mexicano, y éste a su vez intentando contestarle en el dialecto de chino equivocado. Aún así, a pesar de la extrañez del idioma, hay algo que hace que esos dos hombres se entiendan.
La verdadera soledad comienza cuando nos damos cuenta que la historia que nos llevó al momento actual es una mentira. La soledad es hallarse en el sitio y el momento equivocado, y lo peor es que ese tipo de soledad suele ser culpa nuestra. El riesgo de creernos nuestras propias mentiras es descubrir de golpe lo que realmente somos, y de postre, lo que hemos perdido. A todos nos ha pasado, porque todos nos mentimos a nosotros mismos. Si no hacemos más que mentirnos a nosotros ¿cómo no vamos a hacerlo con los demás? La vida está llena de mentiras y la soledad es la gran mentira. No estamos hechos para estar solos, ni siquiera gente como yo. Si fuera así, no necesitaría que leyeras esto, por que en el fondo, es tan sencillo como parece: quiero compartir este pequeño ensayo contigo, lo necesito. Necesito saber que no estoy solo en el universo. No te conozco, no sé ni que pinta tienes, y probablemente estemos en las antípodas en muchos valores, pero si durante un instante hemos conectado como dos almas gemelas, merece la pena.
Soy de esos tipos que no dan abrazos ni besos. Me encantaría adoptar la costumbre anglosajona de dar la mano a las mujeres como norma general. Me gustan las distancias, me gusta el espacio, el respeto y escuchar hasta los silencios. No me gusta la gente que habla sin decir nada. Pero incluso los tipos como yo necesitan compartir.
Sexo sin amor, abrazos en serie o pasatiempos de catálogo. Amigos en Facebook a 20$ el millar, o muros socializados. Hemos pasado del fotomatón a ponerle vida a las caras muertas de gente que no existe, del culto al futuro al culto al bulto. Tanto me da. Compartir no es regalar. Compartir requiere conocer a la otra persona, aventurarse, arriesgar y sobre todo, dar antes que recibir. Nuestra vida es demasiado corta, demasiado frágil como para abrir la chaqueta y dejar que se disipe el calor, rodeados de desconocidos con prisa que pasaban por allí. Lloro por dentro al escuchar algunos músicos en el metro desgranando las notas de su alma, mientras el caminar desacompasado de la humanidad les ignora.
Encontrar personas con las que compartir es difícil, muchas personas no escuchan y es imposible llegar a ellas, por mucho que lo intentes. Otras veces, somos nosotros mismos quienes no dejamos ver a los demás quiénes somos. Por eso los niños son tan especiales, porque ellos ven con el corazón y sienten con los pulmones. Si no percibes eso cuando un niño te abraza, ya no tienes solución.
Cuando alguien se abre y te dice. «Tengo todo y no tengo nada, todo es mentira«, es alguien que necesita un abrazo. En su día no se lo di y por eso escribo esto, a modo de disculpa cobarde. Dicen que los hombres no hablamos de nuestros sentimientos. Deberían leer a Francisco Umbral, para entender como expresamos (algunos) hombres nuestros sentimientos. Existen muchos tipos de poesía y aunque no soy un experto, diría que lo importante no es lo bien que suenen sino la potencia de los sentimientos que expresan. Un buen poema es ver brotar agua del suelo de repente, mojándote sin remedio. Notas el chorro, su sabor y lo fría que está. Te cala los huesos. Hay muchos hombres (y mujeres) que no aprecian la belleza del mundo, pero eso es otra batalla, aún más vieja.
Que no veas llorar a un hombre no significa que no lo haga, quizás llore en soledad mientras ve un capítulo de Netflix en su salón con las persianas bajadas. Igual que un poema, que se siente con los pulmones. Umbral era capaz de hacerte sentir en cinco palabras lo que otros no son capaces de hacer con un millón. Y no es el único, ahí tenéis a Cortázar, o a Houllebeqc. Hombres poco sospechosos de llorar, pero que hablan de la soledad. Igual ese hombre que no llora lo hace de pronto, como un chorro de agua brotando del suelo, al ver una flor o escuchar una canción. Al contemplar en silencio una fotografía o en la cama, contemplando el techo en penumbra. No creas que sus lágrimas no valen. No juzgues. Los hombres también lloran.
Jose Ant. Sánchez
¿Te dije alguna vez que tu prosa poética me encantaba?
¡Hay tantas cosas en este ensayo que me describen que me lanzaría a firmarlo!
No recuerdo si fue Lorca, Bécquer, Machado… el que dijo que la Soledad es Preciosa si tenemos a quién contársela.
Gracias en este caso por compartirla.
Avedon
Gracias a tí por apreciarla.