Escribo en la sombra, con mi copa de vino tinto, escondido del sol del mediodía en un lugar que nunca pensé que escucharía mi música. El verano ha muerto, pero su cadáver todavía no se ha descompuesto. Se deja morir cada mañana con un poquito de frío y cada noche con una pequeña tiritona. El viento nos trae promesas de un invierno y la lluvia, cabreada, nos avisa de que vendrá una época de lágrimas espesas.
Mientras, espero. Espero dejando que los fantasmas desaparezcan, cada vez mas transparentes. Ya no asustan, son tan solo una sombra. No los puedo escuchar, ni sentir. He dejado de ser transparente. Ahora soy sólido, aunque haya cambiado de dimensión. Ya no pertenezco al mundo, al viejo mundo. He cambiado de paredes, de colores e incluso de olores. Ya no reina el caos, ahora el vacío me acoge. Vivo frente a un bosque y cada mañana cuando me levanto la luz me recuerda mi madurez. Le canto a las paredes vacías y dentro de mi guitarra retumban ecos del pasado, pero las cuerdas mudan su piel y notas nuevas salen de debajo del metal. Notas que trepan por mis dedos y me hacen cosquillas. Ahora brillo, ya no soy transparente. Vuelvo a existir. El ritmo de la vida ahora trota conmigo. He dejado de ser un espectador, ahora la vida soy yo.
No son lágrimas, es la vida que vuelve a mí, desde las estrellas. Vuelvo a sentir y quiero gritar, reír y llorar a partes iguales. Quiero sangrar hasta morir, para volver nacer, libre de cicatrices. Quiero hacer tantas cosas que no me salen las palabras y eso nunca me ocurrió antes. Tengo que volver a aprender a vivir y eso significa que tendré que volver a aprender a escribir. No hay prisa. Tengo un bosque infinito ante mí y se mueve al ritmo de la vida, al ritmo que en hay en mi interior.
Baila conmigo. Sonríe y déjate llevar.
El que mira en la foto es mi hijo pequeño. Va a cumplir dos años en unos días y no va a heredar mis fantasmas. Va a heredar muchas historias y relatos de magia entre cojines. Crecerá entre metáforas y melodías, pero ahora sólo mira al bosque y señala con el dedo. Viaja sin billete de ida y gracias a él, los demás nos damos cuenta de que el cinturón de seguridad solo es otra excusa más para tener miedo, lo mismo que los viajes sin billete. Nos colamos en la vida y así debemos seguir, imaginando el destino, eludiendo al revisor, buscando un asiento vacío donde descansar un rato.
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