Botones. Un plumas rosa y dos espaldas juntas en el cine que se hablan en silencio. Es lo que recuerdo de la chica que conocí hace veinte años. Joven, casi adolescente, se disfrazaba de alguien que no era, como si su llama interior se evaporara al abrirse a la luz. Una esencia guardada dentro de una cebolla, capa tras capa, más joven, más madura. Un buen día la cebolla desapareció y con ella, también la chica. El plumas, los botones y los roces de espalda aún permanecen en ese lugar, donde las notas de piano siguen resonando. Un lugar profundo, fresco y donde no pasa el tiempo. El sótano de los recuerdos, donde la luz del sol no ha descolorido el brillo agudo de tus risas.
Ese sótano que guarda los regalos de navidad, los libros leídos y las conversaciones fugaces al borde del colchón. Decenas de miradas guardadas en racimos se apilan en las estanterías, esperando a que alguien haga collares con ellas. Cada vez que se abre la puerta del viejo almacén, el polvo se tiende a lo ancho, esperando que alguien lo aparte, que lo pise o lo sople. Pero no, es otra caja, llena de fotos, soplidos en la oreja y lágrimas saladas, junto con algo de saliva y rastros de piel enrojecida.
Las estanterías se llenan de restos de vida desgajada, como cáscaras vacías, pero húmedas todavía. Abrazos, labios mullidos, curvas de piel, caricias de ida y vuelta. Son nuestra historia, una legión de instantes que vivimos una vez, porque solo se puede amar una vez. Una vez por cada vida, o por cada día. Una vez por latido de corazón o por cada emoción que vivimos juntos.
Se cierra la puerta, se apaga la luz y esos pequeños restos de vida se abrazan los unos a los otros. Se besan y se frotan entre ellos, descubriendo realidades que nunca exploramos, pero que estaban ahí. Solo fuimos felices una vez con cada uno de ellos, pero lo pudimos ser mucho más, empeñados como estábamos en buscar la felicidad.
Cada día, bajamos a la cripta cajas repletas de roces y copas de vino compartidas. Siestas de baba con la ventana abierta. Gatos y vencejos. Todos ellos, cogidos del pico y la pata. Mirando lo estúpidos que somos por no escuchar su canción, por no bailar quietos, en el sofá, esa canción que solo hay que dejar de intentar escucharla para poder cantar.
Quita la música y apaga la luz. Deja el libro y cierra los ojos. Escúchame.
Te quiero.
Iñaki
“Se disfrazaba de alguien que no era, como si su llama interior se evaporara al abrirse a la luz. Una esencia guardada dentro de una cebolla, capa tras capa, más joven, más madura…”
!Qué bueno!
Avedon
Gracias Jimmy, si, ¡he vuelto! ;)
Jimmy Olano
¿Cómo puede ser o estar una cripta relacionada con la felicidad, de alguna u otra manera?
Habéis vuelto.
«Cada día, bajamos a la cripta cajas repletas de roces y copas de vino compartidas. »