Me encanta el silencio que destila el orden, sabe a pan sin sal, a arroz al vapor. En mi casa la luz que entra no se quiere ir, disfruta de cada detalle antes de adormilarse en la moqueta. Sonrío al ver las motas de polvo bailar con las notas de piano y entonces, lo percibo. Es una vibración, un rumor en la estructura del cosmos. Música. Ruido. No soporto cómo rompe mi armonía. No debería ocurrir: doble pared, moqueta, paredes tapizadas y cientos de libros en las paredes me escudan, mientras la música de Chopin acuna mis fotografías en blanco y negro, protegidas bajo el manto de mis cigarros. No deberían dejar pasar nada, pero sucede. Lo siento en los huesos, es un rumor sordo que me persigue de una punta a otra de la casa. Toco el radiador. Ahí está. Noto la vibración, la válvula está suelta, la atornillo, pero lo hago al revés y cae un tapón detrás, inaccesible para mí. La música trepa y trepa, siento que viene de lejos, pero que cada vez es más fuerte, como si estuviera atrapada dentro de las cañerías, hasta que algo sale de ellas: una mariposa roja. Luego una amarilla, otra, esta es lila, y dos blancas más. No paran de salir mariposas de colores junto con la música, que brota desde el fondo de las cañerías. Abro la ventana. Es inútil, prefieren perseguirse alrededor de la lámpara del salón. La música forastera que brota del radiador es picante y húmeda, me da vértigo y huyo a encerrarme en el baño. Suspiro aliviado al cerrar la puerta tras de mí, pero algo sucede. Olfateo hasta encontrarlo, es un aroma desconocido que brota de la rejilla de ventilación; dulce, caliente, suave. Huele a labios de piel, a ojos largos y pelo profundo. Me mareo y salgo. Las mariposas siguen bailando en el salón. Cojo mi abrigo negro, la bufanda roja, los guantes. Los vuelvo a dejar, no hará falta, solo un café para templarme en el bar de abajo. Abro la puerta, sí, tengo las llaves. Ya en el descansillo, oigo la música, es la misma, pero mucho más plena. Enfadado, llamo a la puerta, no me oyen. La aporreo, hasta que mi mano golpea en el aire, porque la puerta ya no está. Y de pronto, ya no oigo la música, pero las mariposas están dentro de mí.
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