En mi vida pensé que escribiría un fanfic de Harry Potter, pero aquí lo tenéis, y con él mi personaje preferido de la saga: Severus Snape, inmerso al 100% en una historia ciberpunk. ¿Os atrevéis a leerlo? El mundo mostrado podría ser perfectamente el de mi novela «11,4 sueños luz«, salvo por ejem… algunos magos trastornados. Es un trabajo menor, hecho como reto en uno de los grupos de escritores con los que probamos cosas nuevas. Reconozco que no es uno de mis mejores escritos, pero, ojo, menuda combinación ;)
Avada Kedavra
Ya casi se había acostumbrado a los angostos pasadizos de cemento y metal, pero todavía despreciaba a los habitantes de aquel lugar. No miraban a los ojos, y eso le sacaba de quicio. Iban de un lado a otro, obsesionados con las luces brillantes presentes en cualquier lado. Imágenes que bailaban, como llamas atrapadas en cristal. Sabía que él jamás comprendería cómo funcionaba ese mundo. Estaba acostumbrado a la magia y a las personas de carne y hueso. Pero nada de aquello existía ya. Aquella realidad yacía muerta en el pasado, como su cuerpo. Ahora, vivía como un funcionario, parte de una maquinaria dedicada en exclusiva a proteger a los ciudadanos de sí mismos. Qué ironía. El príncipe mestizo trabajando para la ley y el orden. Al menos le dejaban seguir vistiendo a su manera: un abrigo negro y un traje oscuro. Pero nada podía ser ya como antes, no tras morir y resucitar en otra dimensión.
Entró en su oficina, la sala 22B del nivel cuarenta del sótano. Allí se encontró con dos de sus compañeros. Había olvidado sus nombres antes incluso de haberlos oído. Todos le parecían idénticos: incapaces de fijar la mirada en algo sin moverse a los pocos segundos. Pasaba lo mismo con su conversación, no podían aferrarse a un tema concreto, andaban deslumbrados por la vida, adictos a un presente camaleónico.
—Severus, nos diste una pista falsa. El tipo no viste un abrigo. ¿No te verías reflejado en un cristal? —preguntó uno de ellos con sorna.
—El tipo, como usted lo llama, agente, parecía vestir lo que yo llamo abrigo. Pero seguía a la chica en cuestión. A menos de diez metros, durante varias calles. ¿Han comprobado eso?
—Sí, eso fue fácil. Las cámaras nos han dado varios candidatos. ¿Quieres verlos?
—Sí, así será más fácil.
El otro policía proyectó varias fotos sobre la desnuda pared de cemento. Con la mano fue pasando las fotos y ampliándolas. Un rostro tridimensional de tamaño ampliado giraba en la habitación, delante de ellos. Severus negó con la cabeza varias veces, y varios rostros se deslizaron por el aire, hasta que vio algo familiar. Cerró los ojos y se aferró a un trozo de tela que llevaba en uno de sus agujereados bolsillos. En silencio, un grito mudo y sordo fue reverberándole por la espina dorsal hasta que lo oyó de verdad en su cabeza. Un gemido ronco y animal, la de una mujer apuñalada, muriendo ahogada con su propia sangre e incapaz de moverse por el terror. Entre borrones, unos rasgos se abrieron paso. El dolor se filtraba con aquellas imágenes, y tuvo que hacer un esfuerzo para desasirse de todo aquello y volver a la sala. Abrió los ojos de nuevo y contempló a aquellos dos estúpidos.
—Ese es.
—¿Estás seguro?
—Tanto como pueda estarlo alguien que se comunica con los muertos. ¿He fallado muchas veces hasta ahora?
No contestaron, ni se atrevieron a sostener su mirada. Solo asintieron y le informaron que le esperaban en la planta doscientos cuatro. El capitán quería conocerle en persona. Severus no había ido nunca tan alto en la torre. Imaginaba que podría tocar el sol desde la azotea. Aún no había visto el sol de esa ciudad a la que llamaba irónicamente Nuevo Londres. Pero no se hacía ilusiones, aquello no parecía Londres, ni siquiera la Tierra. Ya no estaba seguro siquiera de que estuviera vivo, pero sabía que no estaba muerto, porque Lilly seguía apareciendo en sus sueños. A veces veía su rostro; a veces tan solo su cierva blanca, como una sombra fugaz, perdida en una canción que suena a través de una pared. En sus pesadillas, los dos eran jóvenes y querían vivir muchas cosas. Ahora no se atrevía a dejarse morir. Le habían advertido que si usaba la magia, volvería por donde había venido. Y volver al infierno no era una opción. No si te había matado uno de sus servidores después de traicionarlo.
El ascensor parecía levitar. Esperó los escasos segundos que necesitaba para acelerar y decelerar contemplando absorto, con las manos cruzadas detrás de la espalda, lo que aquellas personas llamaban arte. Luces cambiantes, que gemían en silencio, prisioneras de una fuerza invisible, se contorsionaban, como almas en el purgatorio. Arte dinámico, lo llamaban. Suspiró.
Cuando cruzó el umbral de la puerta, encontró un enorme recibidor de cristal y acero. Nombres y números flotaban en el aire. Husmeó hasta encontrar el suyo en el aire: “Severus Snape”, y cuando lo miró con atención, éste tembló y empezó a moverse en dirección hacia el pasillo. Le siguió y recorrió decenas de puertas, recodos y cruces de pasillos hasta llegar a una puerta sin nombre. La abrió sin llamar.
Una estancia grande y un gran ventanal permitiría ver la ciudad desde lo alto: hasta donde alcanzaba la vista, todo era negro, gris y ventanas de luz amarillenta. Edificios monstruosos tapaban el horizonte, de forma que ni siquiera tenía la sensación de amplitud, como si estuviera atrapado en un cañón artificial. Respiró y notó que otras personas le observaban.
—Señor Snape, gracias por venir. Quería conocerle personalmente.
Quien hablaba debía de ser el Capitán Movak, el jefe de su departamento. Snape no pudo evitar torcer la boca con un gesto de desaprobación por su aspecto. Los otros dos tipos, más viejos y gordos todavía, no mejoraban la impresión global.
—Mis compañeros del departamento de delitos virtuales no se creían que tuviéramos un mago en plantilla —continuó hablando el capitán. Los dos tipos ni siquiera se molestaron en levantarse del sofá.
—Si pudiera, se lo demostraría —dijo Snape, sonriendo, pensando en lo mucho que le gustaría hacerlo.
—¿Que clase de magia hacía en su mundo? —preguntó uno de los invitados del capitán. El más gordo de todos.
—Ya sabe, convertir gente en cerdos —replicó Snape, clavándole la mirada. El tipo rio y le ignoró al mismo tiempo, centrando la atención en el capitán.
El capitán Movak les explicó cómo habían encontrado a Snape gracias a su tecnología de apertura de portal dimensional y habían decidido traerle, como a tantísimos otros antes que él. Lo hizo a conciencia, con toda la tecnocháchara que tanto les gustaba. Describió con detalle cómo en el momento en que su alma se despegaba de su cuerpo, lo habían multiportado desde otra dimensión hasta la suya. Los oh-es y las ah-es se arracimaban en sus oídos mientras hablaban de su miserable historia. Snape había conocido a muchos hombres como el capitán. Les gustaba contar historias para rellenar su falta de propósito. Su vida se reducía ahora a un folletín, una herramienta de promoción para otro burócrata más.
Les ignoró y empezó a curiosear. No había ni un solo libro. No había visto un libro desde que llegara. Todo resultaba efímero, como el aire. Muebles que se materializaban de la nada. Comida que se generaba en un siseo. Imágenes grabadas de personas que fluían como el líquido. Observó curioso, y pasó por una imagen que le hizo suspirar. El capitán y su familia, sonrientes. Marido, mujer e hija. Una joven idéntica a la estúpida amiguita de Potter: Hermione. Tenía la misma expresión insidiosa de sabelotodo. El mismo pelo rizado de niña repelente. Sonrió. El universo jugaba con sus reglas como quería.
Era la primera vez que accedía a la casa de alguien, o lo más parecido, y sin embargo, no había nada personal que pudiera leer. Su nueva habilidad, nacida en aquella dimensión. Le permitía viajar a la mente de las personas, a traumas o situaciones de estrés. Pasados o futuros. Incluso si ya estaban muertos. En esta dimensión una de sus fantasías de niño se había hecho realidad. Y como la magia, lograba mantenerlo apartado de la gente. El mago. El mago de los muertos. La división multi. No sabía de qué venía el nombre, pero era un multi. Había visto a otros en los pasillos. Algunos casi ni parecían humanos, por los tatuajes o los miembros de metal. A veces no sabía si eran bestias, hombres, o mujeres… u otra cosa. Venían, como él, de otras dimensiones. Nunca habló con ninguno, ni tampoco sintió la necesidad.
Se cuidaron de despedirse sin darle la mano. Volvió a los calabozos, en lo más profundo del sótano. Disfrutaba olisqueando a los detenidos. Jugaba a adivinar qué clase de animales eran. A veces incluso se atrevía a entrar en sus cabezas y hacer de voyeur. Así fue como conoció a aquel tipo. No sospechó nada de él, hasta que le tocó el hombro y vio a Lilly gritar de dolor, apuñalada en la tripa una y otra vez.
Lo soltó y se mordió la lengua hasta que el sabor metálico de la sangre le calmó. Las lágrimas, cuando brotaron, no evitaron la imagen de Lilly estrangulada y su rostro lívido de terror tornándose azul. Fue tan violento que tuvo que dar un paso atrás y evitar las miradas de sus compañeros. Intentó respirar. Aquel tipo estaba acusado de robo con violencia. Evitó dar una respuesta clara. Pasó las horas pensando qué hacer. Ya había sucedido antes, los rostros conocidos se repetían en esta dimensión, pero ella… era Lilly, tal como la recordaba a los veintipocos años. Con aquellas piernas delgadas y rectas, como alambres. Había tenido otra imagen, la de aquel hombre siguiéndola por la calle, y ella pidiendo auxilio. Su voz sonaba igual. Lo mismo que la pequeña arruga sobre el labio, recuerdo de una cicatriz que se hizo a los nueve años por su culpa Sin embargo, sabía que aún no había ocurrido. Había visto una fecha en un anuncio flotante. Iba a suceder aquella noche. Diez minutos antes de la medianoche. Sabía lo que tenía que hacer.
De noche todas las ciudades se veían iguales. Con el abrigo oscuro hasta las rodillas y la melena negra, pasaba casi desapercibido. Cuando dejaron salir al hombre, le siguió cuidando de no perderle el rastro. Los tipos como él no tenían dinero para su propio vehículo, ni para pagar un aerotaxi. Mejor. Podía caminar. Le siguió por callejones. Aunque no pudiera hacer magia, las sombras seguían siendo sus amigas. Los cubos de basura y los callejones oscuros se repetían patéticamente en cualquier parte del universo. Pasaban los minutos y se le antojaba imposible que Lilly anduviera sola en una de aquellas calles. Peligrosas para cualquiera que no estuviera loco.
A las once y cuarenta minutos oyó lo que sólo podían ser el sonido de los tacones de una chica joven. A lo lejos vio la silueta de unas caderas cimbrearse de una manera que él jamás había podido olvidar. El hombre dejó ver el brillo del acero de un cuchillo en la mano y apretó el paso. Severus procuró seguir escondido en las sombras. Lilly giró la vista. Su sorpresa se transformó en terror al ver el cuchillo del hombre que casi estaba sobre ella. Snape sabía que no llegaría a tiempo. A su edad ya no podía mantener un trote, menos aún correr. No pudo evitar que se alejaran hasta perderse tras una esquina. Jadeando, desesperado, no veía rastro de ellos. Los gritos familiares de la voz de Lilly le guiaron a un estrecho callejón, una gruta entre dos gigantescas torres, a la sombra de todo. Se aferró por inercia a su inútil varita, que siempre llevaba encima. Los gritos continuaron hasta guiarle a la escena que había visto. El monstruo la aferraba por el cuello con una mano y con la otra empuñaba un cuchillo, que había rasgado su blusa y recorría su piel, cortando el pantalón a su paso, a punto de hundirse en su vientre. Snape aguantó la respiración unos segundos al ver la piel desnuda de Lilly. Parpadeó y salió de las sombras de un salto.
—Suéltala —bramó.
—¿O qué? —gruñó el hombre, apuntándole ahora con el cuchillo.
Severus Snape aferraba en su mano temblorosa una varita de pino negro, anticipando las palabras que iba a pronunciar.
—¡Avada Kedavra!
Tan pronto como lo dijo un destello de luz verde fulminó al agresor. La chica miró a Snape con sus grandes ojos verdes. Severus le sonrió, sabiendo que le quedaban segundos de vida. Sentía el mismo desgarro en su alma que sintió al entrar en aquel mundo. Volvía a viajar camino a otra dimensión o quizás a la muerte definitiva. Al menos esta vez había merecido la pena.
Jimmy Olano
«Severus no había ido nunca tan alto en la torre. Imaginaba que podría tocar el sol desde la azotea.»
¡Qué hipérbole! Severus estaría sorprendido, imagínense ustedes.
« —Ya sabe, convertir gente en cerdos —replicó Snape, clavándole la mirada. El tipo rio y le ignoró al mismo tiempo, centrando la atención en el capitán.»
Eso fue una indirecta muy directa, ja , ja, ja.
«Snape había conocido a muchos hombres como el capitán. Les gustaba contar historias para rellenar su falta de propósito.»
¡Auch! Si no fuera que supiera que hablan de un burócrata, que cuando lo leí pense en Isaac Asimov (no se porqué razón, el cerebro es una máquina cuántica).
«Snape sabía que no llegaría a tiempo. A su edad ya no podía mantener un trote, menos aún correr.»
Que le vamos hacer, la edad pega.
Cito:
«Le habían advertido que si usaba la magia, volvería por donde había venido. Y volver al infierno no era una opción. No si te había matado uno de sus servidores después de traicionarlo.»
Cito:
«Sentía el mismo desgarro en su alma que sintió al entrar en aquel mundo. Volvía a viajar camino a otra dimensión o quizás a la muerte definitiva. Al menos esta vez había merecido la pena.»
¿Otra dimensión, muerte definitiva O VOLVER AL INFIERNO?
Estoy confundido como finaliza la historia, LO QUE SI ME QUEDÓ CLARO ¡es que esta vez había valido la pena!