Este relato está incluido en mi colección de cuentos «Histerias ficticias», en su versión corregida, ampliada y revisada, aquí esta la versión original que escribí en el blog hace un tiempo.
Veintidós relatos que te retorcerán por dentro Fantástico, ciencia ficción, ficción contemporánea y horror. Disponible en papel y eBook |
Fácil no va ser, pero ya me he comprometido. No voy a dar marcha atrás. Ella tampoco lo haría, no sería capaz. No sé cuales serán, pero seguro que también ella tiene sus demonios ocultos. Se me ocurren algunos, sucios y morbosos. Lo siento en la humedad de su mirada y en esos párpados que se deslizan sin prisa sobre los enormes ojos negros. Algún día me gustaría preguntárselo, pero quien tiene la correa ahora es ella. Maldita sea, ella y sus ejercicios. Sus tareas, sus buenos propósitos y su maldita paciencia.
Eso, eso, no pienses en ello. Piensa en otra cosa. Empiezo a sudar. Siento un frío húmedo detrás del cuello y una breve náusea que me sube desde el estómago. Trago saliva. Tiemblo. Oh, Dios. La gente me rodea y me aprieta. Mi corazón late tan deprisa que se me nubla la vista. No los mires, sabrán que algo te pasa y te mirarán más. Más aún. No lo pienses, respira despacio. Fija tu mirada en esa morena, cómo me gustan sus pendientes. Y sus labios; no sé si me atrae el color o lo jugosos que parecen. Eso es. Imagínatela a solas, dentro de un armario; ¿no sería mucho más fácil todo? Maldita suerte. ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? No puedo, pero debo. Me lo he propuesto. Respiro, casi en un suspiro, y un chico joven sin afeitar y en chándal me lanza miradas descaradas con sus ojos marrones. Huelo desde aquí su sudor acre asaltando mis fosas nasales. Las luces me deslumbran y me estoy mareando, con gente acosándome en todas direcciones, sin poder moverme. Mi piel está húmeda y pegajosa. No puedo quitarme la chaqueta y el pañuelo del cuello está empapado. Me quedo sin aire, Dios. El techo; mi única opción es mirar al techo. Me esta dando un ataque de pánico. Lo sé. Otra vez. Respira despacio. Respira. No lo soporto, me vuelve a picar el antebrazo. Otra vez esa alergia que todos los médicos dicen que no tengo. Pero me imagino las ronchas rojas debajo de la ropa. Ahora me pica también el hombro, y no puedo ni moverme. Solo pensar que alguien me toque me provoca histeria. Me escurro hasta el único hueco de todo el vagón. No puedo respirar y todavía no ha arrancado el metro. ¿Cómo puede la gente soportar esto todos los días? Mi sudor huele raro, ¿soy yo? Dios mío. Creo que me voy a morir. No puedo respirar. Intento no cerrar los ojos, pero lo hago. No sé cuanto tiempo pasa. Los abro y el mundo sigue ahí.
Oigo que mi parada es la próxima. ¡Por fin! Aire, necesito aire, pero no quiero respirar esta mostaza caliente infecta. Salgo evitando los empujones de la gente y engullo una bocanada de aire viciado. Una vieja me mira como si se me estuviera cayendo la cara a pedazos, pero no me importa; ella está vieja y su piel está hecha mierda, seca, arrugada y llena de manchas. El vagón de metro se mueve detrás de mí como un animal cabreado. Me observo en el cristal del vagón en movimiento, una cascada de luz y metal que fluye hacia un lado, ajeno a mi angustia. Fugaz y vibrante, un retrato clásico en blanco y negro, fundido en sombras. Todos los demás desaparecen por un segundo y durante un breve instante me olvido de que estoy en un agujero en el submundo. Sonrío y respiro con asco. Casi no tengo fuerzas para subir las escaleras, pero debo hacerlo. Ojalá pudiera desplomarme aquí mismo y acabar en un hospital limpio, luminoso y tranquilo. Pero si me cayera aquí, con toda la roña, con tantos extraños, sería como estar en el infierno. Tengo que salir de esta topera, respirar aire puro, como sea. Solo quedan dos tramos de escalera inhalando este aire ponzoñoso y viciado, infestado de bacterias y gotas microscópicas de las babas de los sacos de carne que me rodean. La cinta de goma de la escalera está pegajosa, lo noto a través del guante de piel de la mano derecha. Me duele el brazo, debo usar más el otro; se me está deformando el codo de tanto usarlo. Sonrío como la perra que soy. Esquivo un par de chicles pegajosos en el suelo y algo que parece un escupitajo. Es repugnante, pero mi mente se entretiene en pensar en la boca del que lo expulsó y lo que comió aquel día. Tengo ganas de vomitar. ¿Por qué me torturo de esa manera?
¿Y mis gafas de sol? ¿No están donde deberían? Oh, Dios; oh, Dios, ¿no me las habré dejado en la consulta? ¡Uf!, no, están aquí, con mi reserva de toallitas higiénicas, dentro del bolso. El mundo es maravilloso teñido de azul. Siento ese frío que activa mi organismo y que se me mete por debajo de las piernas, entre la piel y el cuero. Me excita. Sería feliz si fuera invierno todo el año. Me arreglo el pañuelo del cuello. Esquivo las miradas de dos viejas y un hombre alto y barbudo que me mira con descaro y me deslizo sin tocar la puerta de salida. El segundo escalón, el tercero, y el quinto. Repito el patrón, escuchando el sonido de mis tacones en el cemento. Casi olfateando el jabón de manos de casa, anhelando la crema hidratante tras el baño caliente, casi ardiendo. Quedan dos horas, pero ya ha pasado lo peor. Me echo un poco de perfume y me perfilo los labios en el inmenso ventanal de un restaurante mientras los hombres de dentro me devoran con la mirada. Mi mente se evade, vuelvo a ser yo misma. Tras un corto paseo llego a la dirección, paso ante la portería y entro en el ascensor. Mis guantes de piel crujen cuando pulso el botón de la cuarta planta. Dos hombres maduros, engominados y trajeados me miran de arriba a abajo.
Mi cliente me espera ansioso. Le enseño las esposas y me sonríe con malicia.
Jimmy Olano
CITO:
«Lo siento en la humedad de su mirada y en esos párpados que se deslizan sin prisa sobre los enormes ojos negros.»
«Mi piel está húmeda y pegajosa. No puedo quitarme la chaqueta y el pañuelo del cuello está empapado. Me quedo sin aire, Dios. El techo; mi única opción es mirar al techo. Me esta dando un ataque de pánico. Lo sé.»
«Solo pensar que alguien me toque me provoca histeria.»
« Oigo que mi parada es la próxima. ¡Por fin! Aire, necesito aire, pero no quiero respirar esta mostaza caliente infecta.»
«El mundo es maravilloso teñido de azul. »
«Esquivo las miradas de dos viejas y un hombre alto y barbudo que me mira con descaro y me deslizo sin tocar la puerta de salida.»
«Mi mente se evade, vuelvo a ser yo misma.»
Ya recuerdo el por qué no había comentado nada en esta entrada. La narrativa me sumerge demasiado, me deja sin palabras. Es la segunda vez que lo leo y mi valentía y coraje me anima a escribir estas líneas para declarar que, otra vez, me he quedado sin palabras y mirad que no soy una persona de quedarme callado, cuando de pequeño aprendí a leer, pues a leer y leer y mis familiares preocupados porque no hablaba, hoy en día me dicen que más bien cierre la boca. Hasta que llega este artículo y me quedo (más bien estaba) con la boca cerrada.
Por su capacidad de hacer y mantener mi boca cerrada califico con cinco estrellas (excelente plugin «WP-PostRatings»).
Postdata: ya estaba advertido y no me lo creía «Veintidós relatos que te RETORCERÁN por dentro: «Histerias Ficiticias» por Nicholas Avedon» https://www.amazon.es/dp/B01N5DRGQT/
Avedon
Muchísimas gracias por tu comentario Jimmy :-)
Lo realmente curioso de «histerias ficticias» es que de los 22 relatos, creo que prácticamente todos han sido «el favorito» de algún lector. En su día me costó mucho elegir cuáles meter en la recopilación porque son muy diferentes unos de otros. Me fascina esa diversidad y esa manera en la que un lector conecta con uno de los cuentos en concreto, sin mas razón aparente que su contenido.
Me alegro mucho que te gustara la recopilación ;)